El consumo de combustible es, sin duda, el mayor costo que origina un automóvil. Por lo tanto, más allá de realizar una conducción apropiada para ahorrar el máximo de nafta posible, conviene tener algunas cifras en mente.
Si mantenemos una velocidad constante de 90 km/h (consumo de ruta, según las normativas) obtendremos una alta eficiencia. Tomemos, por ejemplo, un automóvil mediano naftero con motor de 2.0 L; a esa velocidad nos brindará unos 16 km/L (6,2 L/100 Km). Si subimos la velocidad a 120 km/h (consumo de autopista) nuestro auto se pondrá aproximadamente un 20% más goloso: lograremos realizar unos 13 km/L (7,7 L/100 Km). El gasto urbano depende mucho de las condiciones del tránsito y del estilo de conducción (nada de aceleradas y frenadas bruscas), pero en esa situación nuestro auto hipotético gastará por lo menos un 40% más que a 90 km/h.
A pesar de que el precio del gasoil Grado 3 es similar al de la nafta de 98 octanos, los modernos motores diésel son más eficientes. Un mediano gasolero nos dará 19 km/L (5,3 L/100 Km) a 90 km/h; algo más de 15 km/L (6,7 L/100 km) a 120 km/h, y poco más de 11 km/L (9 L/100 km) en ciudad. Sin embargo, las proporciones son similares: 20% más elevando 30 km/h la velocidad en ruta y un 41% más en ciudad.
A más de 120 km/h entra a jugar un factor invisible: la resistencia del aire al avance del vehículo. Y en esto es vital la aerodinámica: a mayor área frontal, más resistencia. Así, se debe tener en cuenta que cuanto más rápido vamos, mayor será la potencia que deberá entregar el motor y eso requiere combustible. Un dato: desde los 150 km/h, la erogación de potencia se cuadriplica… Moraleja: la velocidad se paga en el surtidor.
Gabriel Tomich