Más rápido, más alto, más fuerte” es el lema olímpico. Valentina Kogan no es más que esa consigna. Y lo es en tiempos en los que el doping para saltar más alto y lejos, y correr más rápido, generó un revuelo mayúsculo en el mundo, reavivando antiguas rivalidades con aroma a Guerra Fría, en la que todos sospechan de todos. Valentina simboliza el sentido más valiente de esa frase olímpica. A los 10 años le diagnosticaron diabetes, pero jamás pensó en abandonar el deporte. A esa edad, el sueño olímpico ya la empezaba a obsesionar y hasta pensó en probar otras disciplinas, como el judo. Duró sólo un combate y reconoce que no era hábil. Es más, admite cierta torpeza.
Los cambios siguieron, se acentuaron. A los 15 años, decidió que sería vegetariana. Sus entrenadores de handball no querían saber nada con esa decisión, pero Valentina, alta, de ojos claros y profundos que contrastan con el pelo oscuro, entraba como una tromba en las cocinas y exigía que en su plato no hubiera nada de carne. Con el tiempo, por carácter y capacidad de lectura del adversario, se convirtió en la referente indiscutida y arquera de la selección. Viajó a España para ganar experiencia en el alto nivel. Su ilusión se mantenía intacta. De regreso al país se enamoró de Carolina: se casaron, y ante algunas miradas extrañadas y desconfiadas respondían con naturalidad, con las manos entrelazadas.
En el último año, con 36 de edad y con el retiro cercano, Valentina recibió dos noticias que alimentaron sus sueños: jugaría sus primeros Juegos Olímpicos y, en octubre, será madre de mellizos: Carolina está embarazada. Las madres decidieron dar un paso más: empezar a contar su historia.
-Alguna vez contaste que visualizabas ganándole a Brasil el Panamericano y que clasificabas a los Juegos. Finalmente, los Juegos Olímpicos se te dieron.
-La visualización hoy es algo fundamental en mi forma de prepararme para jugar. Soy una arquera grande, de 36 años. Claramente, siento que el estado anímico y lo mental es hasta más determinante en mi rendimiento que entrenarme. Manteniendo las condiciones de estar bien físicamente, lo que siento es que es la mente la que hace la diferencia.
-Con el rival tan cerca, ¿atajar es sinónimo de adivinar?
-Es correcta la lectura, pero te cambio lo de adivinar por leer. Cuando empecé en la selección mayor, allá entre 2000 y 2001, estaba como entrenador de arqueros Alejandro Mihail: él fue clave en mi formación. Nos decía: “¿No saben dónde va ir a la pelota?”. Yo le respondía “qué sé yo, es imposible saberlo”. Y entonces él empezaba: “Hay que entrenar eso; cuando crezcan un poco más se van a dar cuenta”. Hoy puedo decir que lo veo claramente.
-¿Imaginaste que siendo diabética podrías ser una deportista de alto rendimiento?
-La diabetes no es un impedimento para absolutamente nada. Sí, creo que es clave naturalizar la condición de diabético, incorporarlo, hacer que fluya con el día a día y perderle el miedo. Eso me hizo poder transmitirlo con más naturalidad para que no sea un problema. Por supuesto que hay particularidades y cosas a tener en cuenta. Yo estoy todo el tiempo pendiente de mi glucemia. El estrés, los nervios y la adrenalina juegan un papel importante. Hay momentos que los controlás y otros en el que tenés que pedirle al entrenador “bancame que me bajó el azúcar” y tengo que tomar algo: una gaseosa, lo que fuera. Pero hay que aceptarlo con normalidad, no pelearte con eso y dejarlo que fluya.
-Pero además vos elegiste ser vegetariana, ¿tenés ser muy meticulosa con la dieta?
-Lo soy. Tuve épocas flexibles y otras mucho más duras; una va transitando esas cosas a lo largo de la vida. Ahora en el equipo hay tres vegetarianas, una vegana, gente que come de determinadas formas.
-Hay que tener personalidad para decidir ser vegetariana a los 15 años, practicando un deporte…
-(Interrumpe) Acá las chicas de la selección me cargan, porque me dicen: sos vegetariana, sos diabética, sos lesbiana, sos judía, sos mujer… (se ríe).
-Vas a estar en tus primeros Juegos Olímpicos y en octubre vas a ser mamá, ¿se convirtió 2016 en un año de sensaciones y experiencias inimaginables?
-Increíble, espectacular. No sé., si lo pudiera presagiar todo, tal vez lo programaría para que sea diferente. En este caso se dio así por diferentes motivos.
-¿Cómo fue la decisión de quién llevaría al niño o la niña?
-Niño y niña. Son mellizos (Emilia y Lorenzo). Tenemos la ventaja de poder decidir. O sea, queríamos ser madres, queríamos hacerlo, pero también cada una tenía sus pros y sus contras para llevar el embarazo. Caro tenía ganas, me dijo “quiero ser mamá antes de cumplir 40” y empezamos a averiguar sobre los procesos de la fertilización asistida. No fue fácil, porque recién en el tercer intento lo logramos.
-¿Sos consciente de que quizá contando todo esto podés ayudar a mucha gente?
-El leitmotiv de aceptar aquella primera nota en un diario, hace unos meses, tenía un poco de todo eso. El empuje, el hecho de que la nuestra es una relación de amor y felicidad, y que también pueda servir para poner en agenda una realidad que muchos no se animan a mostrar, a asumir. Y que nosotras tenemos la suerte de vivirlo con naturalidad, con mucha, mucha, mucha alegría, y mucho respeto por parte de la gente que nos rodea. Mostrar esa realidad era poner en agenda algo que no estaba, pero que también le puede servir a mucha gente. Y la verdad es que recibimos un montón de mensajes de buena onda, ninguno negativo ni agresivo. Gente que dijo: “Mi hija me dijo el otro día que le gustan las chicas; la voy a apoyar”. La felicito. También el de otra chica que fue mamá con su pareja y nos expresó su gratitud de que mostremos esto, u otra que me advirtió: “¿Sabés Valentina que vos también podés amamantar?”.