Son las siete de la tarde. Un invierno primaveral deja su marca en las playas de Río de Janeiro: ya oscureció hace una hora. La noche anticipada parece ser la única señal de la estación. Con temperaturas que se mantienen por encima de los 20 grados, los puestos 8 y 9 de Ipanema se transforman en complejos deportivos infantiles. Desde la avenida Vieira Souto, la costanera dueña de varias postales de Río, se pueden divisar diferentes grupos. Más cerca del “Posto 9” funciona una escuelita de beach-voley. Chicos y chicas tienen indumentaria y equipo de entrenamiento. “Es un proyecto privado”, aclaran. Más allá aparece una veintena de pibes corriendo atrás de una pelota, acunando el sueño de ser la próxima estrella del Flu o el Fla, los colores en que se divide la ciudad. Pero otro grupo llama la atención: hay niños, niñas, profesores, pelotas ovaladas y un puñado de historias de infantes que pasan sus días de espaldas a Río. Forman parte del paisaje que no sale en la foto.
“Son unos 30 chicos que se entrenan como infantiles y unos 10 o 12 que lo hacen como juveniles”, cuenta Nimai Videla, un mendocino fanático del rugby que hace cuatro meses eligió Río de Janeiro como un nuevo punto para su recorrido por América del Sur, y que ahora es uno de los coach del proyecto “Río Rugby é Nossa Paixão” (“Río Rugby es nuestra pasión”), un programa solidario que trabaja con los chicos de las favelas de Cantagalo y Rocinha y que está a cargo de Justin Thornycroft, un gringo nacido en Zimbabwe. Esta tarde, en la playa están Nimai, un profesor brasileño, una ex jugadora venezolana y una psicóloga deportiva.
Chicos de las favelas aprenden rugby en la playa de Ipanema
El deporte como contención y el rugby como escuela. No sólo hay pases y tackles. Sobre la arena carioca se inculcan valores como la amistad, la solidaridad, la disciplina y el respeto. Y los responsables se preocupan por la realidad que vive cada uno de los menores: desde ayudar a un niño que tiene a su madre enferma hasta organizar un almuerzo con todas las familias para fortalecer al grupo y contar los avances de los más pequeños. Por eso hay largas charlas en pleno entrenamiento y en el tercer tiempo posterior, donde los chicos reciben una vianda.
“Entendemos al individuo como un ser completo, por lo que se convierte en una experiencia importante: desde las formación hasta los viajes o la concreción de experiencias colectivas o individuales que pueden traer consigo el éxito o la frustración”, señalan desde el proyecto.
La metodología pasa por tres etapas de desarrollo. La fase inicial se trata de la introducción de los niños de la oportunidad de experimentar el rugby, con la finalidad de aprender y experimentar el juego sin contacto. Que sólo sea un entretenimiento. Después, introducen el contacto, con seguridad y de forma progresiva, para que los jugadores aprendan gradualmente. Y en la etapa final apoyan el progreso del juvenil en el rugby como jugador, asistente o árbitro.
Con las luces de los morros de fondo, a un chico que tranquilamente podría pelear en peso mosca lo señalan como un medio-scrum con futuro. Otro, más robusto, se pasea con la camiseta de Juventus y porta el dorsal de Andrea Pirlo. Lejos de la elegancia del italiano, él va al choque. Va una y otra vez contra los escudos de gomaespuma. Minutos antes, se fue solo a un costado para practicar lines en una cancha de beach-voley a la que le faltan las redes: lanzaba la ovalada apuntando a los palos, en un perfecto juego de precisión.
En un país donde el rugby echa raíces pero todavía corre de atrás a los más experimentados de la región, la pasión por el deporte hace escuela. Chicos y chicas se divierten y salen por un instante de una realidad que los golpea día tras día. Practican, se ríen y hasta alguno termina lleno de arena, más producto de la picardía infantil que del rugby. Mientras, el proyecto se sostiene poniendo el hombro, en medio de un recorte en los aportes a los proyectos sociales y una crisis financiera que golpea al gobierno de Río de Janeiro. Es el otro costado de los Juegos Olímpicos. El que se mueve más allá de los grandes eventos. El que crece aferrado a la solidaridad y la pasión.