Ante los cambios podemos descolocarnos, alegrarnos, enojarnos, rechazarlos y hasta hacer como que no suceden. Sabemos que las sorpresas no siempre son buenas, pero tendríamos que pensar cuáles son los parámetros para pensar cuán positivas o negativas son. ¿Es bueno lo esperable y malo lo que sorprende, justamente por inesperado?
Si nos centramos solamente en lo ya pensado o planeado como lo único o mejor que nos puede pasar, es probable que lo que nos toma por sorpresa sea vivido como perturbador, ya que es diferente a lo deseado. Difícil sostener esa tensión entre lo anhelado y lo que ocurre. ¿Podríamos arriesgarnos a decir que habrá siempre una diferencia? La realidad nunca encastra exactamente en el hueco que nuestras fantasías le tienen preparado… Como las variedades de sorpresas o cambios son infinitos, detengámonos unos instantes en lo que a veces sucede en las familias. Podríamos decir que una familia es un conjunto de personas unidas por lazos afectivos tramados por una historia que los precede y por los intercambios en la convivencia que van modelando los lugares y características de cada integrante. Así estará el distraído, el que siempre critica, el que se ocupa de pagar las cuentas, el desordenado, el creativo, el conflictivo, etc.
Es común en las configuraciones familiares que sin una intencionalidad consciente se establezcan rasgos más o menos fijos en cada persona. Esto hace que no se espere del desordenado que ordene, así como todos descansan en que tal mantendrá al día los gastos de la casa. Ese saber acerca -tanto del otro como de los rituales y costumbres de la familia- aporta tranquilidad, ya que abona cierta vivencia de previsibilidad y estabilidad en los vínculos.
El problema aparece cuando estas posiciones se congelan, se vuelven fijas. Como papá sabe que, en general, a mí me cuesta ser cariñoso no me pide gestos de cariño, y si me acerco afectuosamente no lo ve, entonces no me da la oportunidad de cambiar. Es decir, que el modo en que el otro me mira de alguna manera condiciona mis posibilidades. Este tipo de vínculo estereotipado puede repetirse sin dar lugar a cambios, ya que impide toda novedad, puesto que no se puede ver en el otro más que el que ha sido siempre.
Por suerte la vida a veces sacude las fijezas, el siempre igual, y nos obliga mediante sorpresas e imprevistos a reubicar al otro y en consecuencia a nosotros mismos.
Lo sorpresivo se hace un lugar remodelando lo ya conocido, conmocionando lo previsto. Lo sorpresivo conlleva siempre un trabajo emocional, ya que incluso cuando el sujeto se resista a dejar entrar aquello que se presenta como discordante con lo esperado, tendrá que hacer un esfuerzo psíquico para dejarlo afuera con el consiguiente empobrecimiento de sus recursos emocionales. Hacer como que eso no sucedió y que todo sigue igual, si bien puede constituirse una defensa frente a lo intolerable de lo inesperado, lleva a construir un mundo reducido y frágil.
En las familias como en la vida todo está en movimiento; es saludable conservar una zona libre de certezas que permita cierta permeabilidad para que lo sorpresivo no se torne en obstáculo.
En ese proceso, por supuesto, no debemos olvidarnos del dolor que muchas veces conlleva la renuncia o la pérdida de lo anhelado en pos de las posibilidades reales. Esto también forma parte del modo de elaborar lo que sorprende.
En ese sentido, la posibilidad de alojar las diferencias entre lo conocido y esperado con lo que realmente ocurre, habilita a que se produzcan transformaciones en nuestras ideas y en nuestro sentir, acompañando así el devenir de la vida.
Por la licenciada Gloria Abadi, socia activa de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados