Atrapados en la vorágine de pendientes y cosas por solucionar, nos olvidamos de lo más importante.
Calculando los alcances de nuestras acciones, sus posibles derivaciones y la proximidad o no del éxito mundano, nos olvidamos de lo más importante.
Recordando el impacto de las cosas que nos ocurrieron en el pasado, mirando nuestras vivencias en retrospectiva, nos olvidamos de lo más importante.
En síntesis y siguiendo al profundo Victor Frankl, el logoterapeuta vienés inspirador del “psicoanálisis existencialista”, como algunos gustan decir, somos aviones que carreteamos la mayor parte del tiempo. No volamos. Y un avión que no vuela, no es un avión.
Nuestro cerebro viejo
Y como antes el psicoanálisis parecía culpar a las madres de nuestras patologías, en la actualidad la Neurociencia parece querer culpar al cerebro viejo, el conocido cerebro límbico, de estos patrones de pensamiento.
En alguna medida y por lo que sabemos, estamos buena parte de nuestro tiempo registrando, a manera de escaneo mental constante, las dificultades y probables inconvenientes de nuestra vida en lugar de centrarnos más en sus aspectos virtuosos.
Nuestro cerebro límbico parece ser un empleado obseso que repasa una y mil veces el piso ya encerado para prevenirlo de cualquier milésima partícula de suciedad. Pero la realidad es que este cerebro ha sido entrenado para ello en nuestros años de socialización. Es más bien víctima de una educación excesivamente volcada a la corrección de errores y la sofocación de imprevistos en lugar del fortalecimiento de los aspectos sanos y positivos de nosotros mismos.
Lo más importante
Si preguntamos a cualquier persona de cualquier lugar del mundo (al menos de esta sociedad occidentalizada) qué es lo más importante para sí, seguramente responderá: mi bienestar y el de mis seres queridos, mi salud y felicidad y la de ellos. ¿Cómo cultivamos eso? Pues pensando y actuando en consecuencia con nuestros valores, con las ideas-fuerza que direccionan nuestra vida. Eso implica tiempo. Pero, ¿cómo he de encontrar tiempo en la maraña de pensamientos de alerta y de pendientes que tengo? ¿cómo he de cultivar bienestar si estoy avocado a mi cerebro límbico la mayor parte del día?
En nuestros cursos de mindfulness, intentamos arraigar esta actitud de entrada. Notamos que a pesar de que las personas han sido advertidas de que deben practicar 30 minutos diarios durante 8 semanas, y que es parte del protocolo del curso que aceptaron tomar, algunas veces no pueden cumplirlo. Cuando les preguntamos comienzan a excusarse: “surgió un tema que había dejado pendiente y tuve que atenderlo” “se me fue haciendo tarde con la cantidad de cosas del día”, etc etc.
En el fondo, la cuestión pasa porque se les dificulta recordar lo más importante, es decir, cultivar su bienestar. Shunryu Suzuki, autor del libro “Mente Zen, Mente de Principiante”, lo dice claramente: lo más importante es recordar lo más importante.
No es algo sencillo con esta mente en constante alerta y enfocada en solucionar problemas, pero es la única opción: la vida tiene un número acotado de horas, y se trata de elegir cómo distribuirlas en el cultivo de aquello que atendemos. Si atendemos a nuestros valores, a nuestras cualidades altruistas, seguramente estaremos transformándonos en aviones que vuelan y no sólo carretean.
Martín Reynoso