Hay una famosa encuesta de Gallup en la que le hacen a los padres la siguiente pregunta: “Suponga que su hijo vuelve a casa con las siguientes calificaciones: Literatura 10 (A), Ciencias Sociales 10 (A), Biología 7 (C) y Matemática 3 (F)… ¿Cuál de todas estas materias es la que merece más atención de su parte?” El 77% de los padres encuestados respondió que la materia que más atención merece es la del aplazo: matemática.
No se trata de ignorar ese punto de mejora tan evidente, ¡uno no puede avanzar en la vida si hace eso! Pero la realidad es que crecemos mucho más cuando ponemos tiempo y esfuerzo en explotar nuestras áreas de fortaleza natural que cuando ponemos tanta atención en aquellas para las cuales no tenemos una inclinación natural. En nuestras áreas más débiles podemos crecer, pero con muchísimo desgaste y esfuerzo.
“Yo tengo una incapacidad natural para la confrontación. Desde niño me sucedía que cada vez que quería ir a hablar con mi padre sobre un tema, practicaba lo que iba a decir, ensayaba mentalmente respuestas a sus posibles preguntas y luego, cuando lo tenía adelante, mi cerebro cerraba mi garganta. Era una incapacidad natural. De adulto, en el trabajo me sugirieron hacer cursos de negociación en los que aprendí mucho: que hay que mirar a los ojos a la persona con la que uno va a confrontar, que hay que usar tal tono de voz… ¡Aprendí, mejoré y pasé de ser un absoluto desastre a ser simplemente malo para confrontar!”, confiesa entre risas Buckingham.
¿Pero entonces qué hacemos con nuestros puntos flojos? ¿Simplemente los ignoramos? No, buscamos la manera de que no se conviertan en obstáculos para nuestro crecimiento: formamos equipo con alguien que tenga una destreza natural para eso, buscamos aprender un poco para mejorar nuestras propias habilidades. Para hacerlo sencillo: le buscamos la vuelta. La idea es no hacer de nuestra debilidad el centro de nuestra preocupación. Porque no nos quedará tiempo ni energía para explorar y aprovechar al máximo esas cartas favoritas que nos fueron dadas al nacer y con las que realmente disfrutamos jugar.
“Yo tengo un trabajo donde no uso para nada mis talentos, mis fortalezas o como lo quieran llamar… ¿Qué hago? ¿Dejo todo y renuncio?”, nos preguntan con frecuencia. Muchas veces la clave no está en renunciar. A veces nos engañamos pensando que el día que tengamos el trabajo ideal todo cambiará. Que el día que tengamos el jefe ideal todo será distinto. Que el día que seamos parte de la empresa ideal nuestra vida mejorará. No se trata de cambiar el trabajo, el jefe ni la empresa. Se trata de cambiar lo que pensamos sobre nuestros talentos. ¿Un primer paso para cambiar? Suplantar los cuatro mitos de los que hablamos antes por estas cuatro verdades provenientes de la realidad:
1 – La genialidad no está determinada por la genética, es un proceso dinámico de interacción entre nuestros genes y el entorno.
2 – El nivel de inteligencia que tenemos no es algo fijo, puede aumentar según las experiencias a las que expongamos nuestro cerebro.
3 – A medida que crecemos no cambiamos hasta convertirnos en otra persona, sino que nos convertimos en más y más de lo que ya somos.
4 – Vamos a crecer y a desarrollarnos más en las áreas en las que somos naturalmente fuertes.
Hoy mismo podés tomar la decisión de dejar de desear que aparezca la empresa ideal, el trabajo perfecto, el equipo soñado. Puede que eso no llegue jamás. Y puede que no dependa de vos. Pero hay una gran parte que sí está bajo tu control. Una parte que te ayudará a ser uno de esos dos de cada diez personas que dicen que su trabajo les causa placer. Empezá hoy mismo a ver cómo usar tus talentos, tus fortalezas naturales la mayor parte del tiempo. Juan Pablo II decía: “La vida es confiada al hombre como un tesoro que no debe ser desperdiciado, como un talento que deber ser usado apropiadamente”.