Lejos de dar marcha atrás con su beligerante contenido discursivo, el magnate Donald Trump se lanzó con todo a la arena de la contienda por la presidencia de los Estados Unidos. En su primer discurso como candidato oficial del Partido Republicano, el millonario insistió con la idea de construir un muro en la frontera de su país con México, anticipó que si accede al poder prohibirá la inmigración de ciudadanos de países con problemas de terrorismo, y aseguró que replanteará las políticas de seguridad interior y exterior.
Trump aceptó la investidura del partido Republicano a la presidencia norteamericana, prometiendo devolver la seguridad al país en caso de derrotar a la demócrata Hillary Clinton en las elecciones de noviembre. Elegido como el “candidato de la ley y el orden”, Trump prometió que en su primer día en la Casa Blanca, el 20 de enero de 2017, “la seguridad será restaurada” en el país.
“La retórica irresponsable de nuestro presidente, quien usó el púlpito de la presidencia para dividirnos por raza y color, y creó en Estados Unidos un entorno más peligroso para todo el mundo”, enfatizó Trump, en un ataque personal hacia el actual mandatario, Barack Obama, de piel negra.
Trump coronó su inverosímil ascenso a la cumbre republicana con un discurso que tuvo como eje una retórica violenta, racista, y populista que tocó las fibras del sector ultraconservador del republicanismo ofuscado con la clásica dirigencial partidista. Para llegar hasta acá, el empresario, un outsider de la política, superó a 16 candidatos, muchos de ellos con mucho respaldo económico.
Durante las palabras que pronunció ante la asamblea republicana, Trump repitió sus propuestas más fuertes de su campaña a la Casa Blanca, denunció los excesos del libre comercio y amenazó con renegociar acuerdos existentes, especialmente con México y Canadá. También retomó una vieja promesa: “Vamos a construir un gran muro fronterizo con México para detener la inmigración ilegal, detener las pandillas y la violencia, y detener el paso de las drogas”.
Además, reiteró su compromiso de cerrar las fronteras de Estados Unidos al suspender la inmigración desde países asociados al terrorismo. Al atacar a su rival demócrata, calificó el legado de Clinton como secretaria de estado entre 2009 y 2013 de “muerte y destrucción”, al tiempo que la culpó del surgimiento del grupo yihadista Estado Islámico y de cosechar el caos en Egipto, Irak, Siria y Libia.