Los cazadores furtivos matan a un elefante cada 15 minutos en África solo para vender sus colmillos, según los resultados divulgados por el Gran Censo de Elefantes.
La moción para frenar el comercio interno de marfil, presentada en el Congreso Mundial de la Naturaleza que se realiza en esta ciudad de Hawái, es considerada una de las más significativas y controvertidas que tendrán que votar los delegados.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) es responsable de la organización de ese congreso, que se realiza del 1 al 10 de este mes en Honolulú.
Pero Japón y Sudáfrica se opusieron a la prohibición el miércoles 7 cuando un grupo de contacto de representantes gubernamentales y de organizaciones de la sociedad civil trataron de promover un texto consensuado de resolución y patrocinado por Estados Unidos y Gabón.
Una señal de las sensibilidades que generó la moción es que los medios de prensa fueron expulsados del salón de conferencias por el presidente del grupo de contacto de la UICN.
Las negociaciones se prolongaron hasta el miércoles de noche, pero las delegaciones japonesa y sudafricana se retiraron después de que en la sesión se decidiera mantener los duros términos del texto, que aboga por la prohibición.
Este viernes 9 se realiza la sesión plenaria del congreso de la UICN, que tiene lugar cada cuatro años.
Los conservacionistas de la sociedad civil que defendían la prohibición quedaron perplejos con los intentos de Japón y Sudáfrica, en ocasiones respaldos por Namibia, de diluir la contundencia de la moción.
“Es una atrocidad”, comentó Mike Chase, fundador de Elefantes sin Fronteras y principal investigador del Gran Censo de Elefantes, realizado en 18 países.
“Se mataron seis elefantes mientras discutían por una oración”, dijo Chase, tras la primera sesión de 90 minutos, mirando su reloj.
Por su parte, Susan Lieberman, vicepresidenta de política internacional de la Sociedad para la Conservación de la Fauna Silvestre y una de las promotoras de la moción, comentó: “Hay una crisis y la gente la niega. ¿De qué sirve la UICN si no podemos hacer algo contundente por el marfil?”.
Japón y Sudáfrica sostienen que les interesa salvar a los elefantes de África como a todo el mundo, pero que la mejor forma de hacerlo es mediante un firme control y una regulación del comercio, y no prohibiéndolo.
“Regular es quedarse de brazos cruzados mientras Roma arde”, arguyó Lieberman.
Naohisa Okuda, director de la división de política de biodiversidad del Ministerio de Ambiente de Japón, arguyó que la prohibición “no es adecuada”.
“Tenemos que frenar todo el comercio ilegal. No es necesario prohibir el comercio legal de marfil”, declaró a la prensa, antes de poner como ejemplo las piezas que importaba Japón antes de que entrara en vigor la prohibición al comercio internacional, en 1989. “El problema es identificar qué es legal y qué es ilegal”, subrayó.
La comunidad internacional debe encontrar un sistema de control efectivo para el comercio de marfil, que sea capaz de beneficiar a la conservación de elefantes africanos, sostuvo.
“El sistema de control japonés es muy bueno y muy efectivo, tal como lo reconoce la UICN”, recordó Okuda. “Otros países deberían seguir el ejemplo”, acotó. Pero numerosos ambientalistas no comparten su opinión y cuestionan la cantidad de piezas de marfil producidas por Japón.
Sudáfrica arguye que las poblaciones de elefantes son estables e, incluso, crecen, y que son necesarios algunos sacrificios, si se destina parte de los ingresos que deja la venta de marfil a los esfuerzos de conservación. El gobierno sudafricano también organizó una venta puntual de excedentes de marfil, pero los activistas sostienen que eso solo dispara la actividad de los cazadores furtivos.
Morgan Griffiths, de la organización Wildlife and Environment Society of South Africa, dijo que a pesar de la sofisticada tecnología utilizada por el sudafricano Parque Nacional Kruger, los cazadores furtivos hacían cada vez más esfuerzos par a ingresar desde Mozambique, donde están a punto de extinguir a los elefantes.
Pero los esfuerzos de conservación de Sudáfrica están exigidos al máximo con la protección de los rinocerontes, también víctimas de la caza furtiva. Griffiths está entre quienes urgen al gobierno a aceptar una prohibición sobre todo el comercio interno.
“Las ventas puntuales de piezas de marfil derivarán en una caza masiva”, alertó.
Otros países africanos piden la prohibición del comercio interno de marfil, a sabiendas de que se debe ejercer la mayor presión posible sobre China y Vietnam, los principales importadores de marfil ilegal, para contener la demanda.
La UICN, con 1.300 miembros con capacidad de voto entre organizaciones no gubernamentales y gobiernos, no tiene autoridad legal para imponer ninguna prohibición. Pero un llamado de ese tipo de una de las instituciones con mayor autoridad en materia de conservación implica un considerable peso moral y supone una fuerte presión para que los gobiernos actúen.
La moción siete, que trata sobre el marfil, es una de las varias que han generado controversia en el Congreso Mundial de la Naturaleza, como las zonas prohibidas, por ejemplo sitios indígenas sagrados con estrictas leyes de protección, una reserva marina que abarque 30 por ciento de los océanos y pautas para la “compensación de biodiversidad” destinadas al sector industrial.
China es por lejos el mayor consumidor de marfil ilegal de contrabando, la mayoría del cual pasa por Hong Kong y Vietnam. Hace un año, el gigante asiático y Estados Unidos anunciaron que impondrían una prohibición sobre sus respectivos comercios internos. Beijing no ha ofrecido un cronograma de ejecución y por ahora se mantiene callado en Honolulú.
Hong Kong, por su parte, anunció que prohibiría el comercio interno para 2021.
“Es inadmisible que se mate a esos animales por vanidad y baratijas. Para detener el comercio de marfil, tenemos que terminar con el suministro y la demanda”, subrayó Tony Banbury, responsable de Vulcan Inc., creada por el multimillonario filántropo Paul Allen, que financió el Gran Censo de Elefantes.
El estudio, una encuesta aérea que llevó casi tres años y rastreó 350.000 millas cuadradas, muestra que la población de elefantes en la sabana de 15 países disminuyó 30 por ciento, unos 144.000 ejemplares menos, entre 2007 y 2014.
El ritmo de disminución se acelera y actualmente es de ocho por ciento al año, principalmente a causa de la caza furtiva; se matan unos 27.000 elefantes cada año por sus colmillos. La reducción más pronunciada se registró en Tanzania y el norte de Mozambique.