Científicos argentinos refutan una impactante teoría sobre el origen de los dinosaurios

A comienzos de este año un estudio publicado en la revista Nature por un grupo de investigadores de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, dejó boquiabierta a toda la comunidad de científicos que se dedican al estudio del paso de los dinosaurios por el planeta Tierra.

 

Los investigadores británicos, liderados por Matthew Baron, hicieron una revisión de miles de rasgos de fósiles y presentaron una interpretación que alteraba la clasificación tradicional de los dinosaurios, ya que suponían que la cadena evolutiva era distinta de lo que se creía hasta ahora.

 

Esa clasificación, que se utilizó en los últimos 150 años, se divide principalmente en dos grupos: Ornithischia (dinosaurios con cadera de ave, como los herbívoros Stegosaurus y Triceratops) y Saurischia (con cadera de lagarto), que a su vez se dividen en los Theropoda (carnívoros como el Tyrannosaurus y el Carnotaurus) y Sauropodomorpha (herbívoros de cuello largo como el Diplodocus y el Argentinosaurus). En este enroque del árbol genealógico, se plantea que los Ornithischia estaban más emparentados con los Theropoda, formando un nuevo grupo, y que los Sauropodomorpha eran de una línea evolutiva separada. De acuerdo con los resultados del equipo de Baron, esto se modificaba.

 

Como era de esperar, la publicación de esta hipótesis científica generó un gran revuelo en toda la comunidad paleontológica porque, de ser cierta, era de gran importancia y pateaba el tablero de lo supuesto hasta el momento. Tanto, que otros científicos la tomaron e investigaron a fondo la cuestión. A principios de noviembre, ocho meses después de la publicación del estudio británico, se publicó un nuevo análisis a cargo del brasileño Max Langer conformado por nueve científicos, entre los cuales se destacan tres argentinos. Se trata de Fernando Novas y Martín Ezcurra, paleontólogos del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, y Diego Pol, del Museo Egidio Feruglio, en Chubut.

 

Para este equipo, teniendo en cuenta la magnitud del conjunto de datos a analizar, el error de los investigadores de Cambridge fue confiar en el material publicado anteriormente, en lugar de inspeccionar personalmente los fósiles. Como este tipo de estudios se basan en la asignación de valores a detalles de las piezas, resulta muy posible que entre tantos datos se pierda información valiosa.

 

Diego Pol, uno de los paleontólogos que trabaja como investigador del CONICET en el Museo Paleontológico Egidio Feruglio de Trelew, explicó en Infobae el diferencial del trabajo del que participó: “Lo que hacemos es analizar con programas de computación bases de datos que tienen 35 mil observaciones de diferentes características anatómicas de estos dinosaurios para encontrar el árbol que mejor representa sus similitudes y diferencias”.

 

“Como son estudios de detalle anatómico, es crítico examinar con detalle, con cuidado y personalmente todas las especies de dinosaurios”, explicó. “Acá estamos hablando de especies que están distribuidas por todo el mundo, entonces es realmente muy difícil que una sola persona o que un par de personas, pueden hacer todo ese trabajo con un grado de rigurosidad y de detalle lo suficientemente bueno”.

 

Pol, especializado en dinosaurios de la Patagonia que habitaron durante el Mesozoico, explicó que, a diferencia del análisis publicado en marzo (donde se analizó aproximadamente la mitad de los restos fósiles de los dinosaurios primitivos de todo el mundo) en la nueva revisión se analizó en persona el 95 por ciento de los restos.

 

“El estudio original se basaba en observaciones personales de la mitad más o menos de las especies y la otra mitad era leído a través de trabajos científicos o de fotos y así realmente se pierden ciertos detalles, se cometen errores”, puntualizó. “La gran diferencia, creo, entre este estudio y el otro es el detalle y la experiencia de las personas que lo hicieron, que llevó a descubrir y cambiar muchas observaciones en la matriz de datos original”.

 

Después de cotejar la información publicada con las observaciones propias y una nueva ejecución de los números, el equipo -con científicos también de Estados Unidos, Inglaterra, España y Alemania- descubrió errores en la teoría de Baron. “Cuando recodificamos los caracteres y volvimos a analizar esta matriz nos dio el resultado tradicional, lo cual era congruente con lo que pensamos que iba a pasar ya que habíamos visto con escepticismo los resultados de Baron”, contó Ezcurra.

 

Por otra parte, otra de las hipótesis fuertes de la teoría de Baron y su equipo, fue que los dinosaurios no se desarrollaron en el hemisferio sur, como siempre se creyó, sino que en realidad podrían ser del norte. Esta novedosa suposición también fue refutada por los científicos. Los fósiles de dinosaurios más antiguos que se conocen hasta el momento fueron hallados en la Argentina, Brasil, Zimbabwe y la India y, hace más de 200 millones de años, todos esos sitios pertenecían al mismo cinturón latitudinal. En el período jurásico, en la era Mesozoica, fue cuando los grandes dinosaurios reinaron la Tierra y la Pangea se dividió en los continentes Laurasia y Gondwana. Tiempo después ocurrió que las distintas especies se desplazaron.

 

“En el trabajo de Baron, lo que ellos habían encontrado entre los resultados que les había dado era que uno de los grupos más cercanos al origen de los dinosaurios se conformaba por especies que habían sido encontradas en Alemania y en otros lugares de Europa. Entonces, si los grupos más vinculados al origen de los dinosaurios se encuentran en Europa, eso te puede dar una sugerencia de que quizás el origen de los dinosaurios está en el hemisferio norte”, explicó Pol respecto del trabajo de Cambridge. “La revisión que hicimos volvió nuevamente a dar una hipótesis más similar a la tradicional, según la cual, los primeros dinosaurios, los más antiguos y los que se ubican en la base del árbol evolutivo de los dinosaurios son del hemisferio Sur”.

 

En general, aunque existan disidencias entre ambos grupos, el intercambio de información y teorías es saludable porque se pone a prueba el método científico, se refuerza el conocimiento; se examinan y repasan teorías que ya prácticamente se tornaron irrefutables con el correr del tiempo. Sin embargo, esto no se traduce en rivalidades sino en oportunidades de cooperación.

 

“El intercambio de ideas dentro de la comunidad científica es habitual y la gran mayoría de los científicos está acostumbrado a que nuevos datos reviertan las hipótesis que manejan. Hay un dicho de Ameghino, el primer gran paleontólogo argentino, que decía ‘Cambiaré de opinión tantas veces y tan a menudo como adquiera conocimientos nuevos’. Realmente eso es lo que ocurre en este caso”, contó el experto.

 

El camino que está tomando la ciencia moderna para responder las grandes preguntas de la evolución está principalmente basado en la colaboración, el intercambio de bases de datos que requieren ser analizados por grandes equipos y en el desarrollo de consorcios de investigación para lograr mejores resultados.

 

“Los investigadores han tomado muy bien los cambios que hemos hecho. Incluso estamos ya hablando sobre colaborar en el futuro porque todos estamos tratando de responder la misma pregunta”, destacó Pol. “Todos estamos tratando de poder desentrañar y armar el rompecabezas que es entender la evolución temprana de los dinosaurios. Dónde se originaron y cómo fue su radiación evolutiva principalmente, porque ahí está clave para entender el éxito que tuvieron los dinosaurios que dominaron al planeta por más de 140 millones de años”.