Científico argentino desea congelar su cuerpo para rebelarse a la muerte

Rodolfo Goya, bioquímico e investigador del Conicet, será criopreservado cuando muera con la esperanza de que en el futuro la tecnología científica lo reviva. Pagará 35 mil dólares para alcanzar el sueño de la vida eterna o, como él dice, “tener una segunda oportunidad para vivir”

Rodolfo Goya nació el 6 de julio de 1951 en La Plata. Hoy tiene 65 años. En algún momento, como el resto de la humanidad, Rodolfo Goya se va a morir. Aunque con un propósito casi bíblico: revivir. El bioquímico, investigador del Conicet e intelectual argentino será preservado en frío cuando muera con la esperanza de ser reanimado por los científicos del futuro.

El doctor Goya propone una metáfora cinéfila para difundir su razonamiento. “Casi nadie quiere morirse. Más nosotros, los que somos investigadores o intelectuales. Porque sabemos que este mundo se pone cada vez más interesante. Es como si estuviéramos viendo una película atrapante. No queremos irnos del cine”. Aunque se tendrá que ir, irremediablemente. Pero lo hará con otro aura y expectativa. La de volver, renacido, a disfrutar de una segunda oportunidad de vida. No es fantasía, es ciencia -soslaya-.

Prevé firmar un contrato con el Instituto Criónico de Michigan, en Estados Unidos, –al mismo que irá la adolescente británica de 14 años– para congelar su cuerpo en nitrógeno por la suma de 35 mil dólares. La técnica es de criopreservación. El paso siguiente al momento oficial del fallecimiento, es de perfusión. Por una de las arterias le inyectan un compuesto formado por sacarosa, etilenglicol y dimetilsulfóxido que desplaza toda la sangre y la reemplaza por una solución de criopreservación, de vitrificación. Luego se enfría progresivamente el cuerpo hasta la temperatura nitrógeno líquido (196 grados bajo cero). El paciente se conservarán en termo gigante, cabeza bajo, desnudos en bolsas de nylon.

El porqué es la incertidumbre. Rodolfo Goya parece tener un discurso preparado para responder esta pregunta: “Todos los crionicistas tenemos un gran amor a la vida y creemos que vale la pena intentar jugar esta carta. ¿Cuál es la garantía de que me van a poder revivir? Ninguna. ¿Cuál es la posibilidad? Muy pequeña. ¿En qué tenemos gran confianza? En la especie humana y en los logros de la especie humana, que tiene credenciales de haber logrado mucho. Creemos que en un futuro de muchas décadas se va a lograr reanimar a los sujetos que fueron criopreservados de un modo un poco torpe y luego se le va a poder curar de la enfermedad en la que murieron, y además posiblemente en una época tan avanzada la tecnología quizá permite restaurarlos y rejuvenecerlos biológicamente para llevarlos a un estado más juvenil. Esa es la esperanza. ¿Qué podemos perder? ¿Qué es lo peor que nos pueda pasar? Lo mismo que le pasa a toda la gente que la entierran o la creman: desaparecen. Y si en una de esas raras casualidades tenemos la suerte de que nos puedan reanimar, ganamos todo: una segunda oportunidad de vivir”.

Está casado y no tiene hijos. Dirige un grupo de investigación que trabaja sobre el envejecimiento cerebral. Sus padres ya no están. Entiende que congelarse para que la tecnología científica del futuro lo reanime es una manera de rebelarse a la muerte. Dice, sin embargo, que “otro Rodolfo Goya ya no va a nacer”, que “cada uno es un milagro que va a existir una sola vez”. Cree también que la tecnología es cada vez más parecida a la magia y no cree en Dios porque no tiene ninguna evidencia de que exista. Jura haber empezado a estudiar bioquímica para vencer el paso del tiempo, para abordar el envejecimiento desde la órbita científica.

“Me emergió una rebeldía contra la muerte. El hecho de saber que iba a perder a mi padres. Eso me causaba rebeldía. Yo quería hacer algo, invertir mi vida en luchar contra eso. Una motivación para invertir la vida profesional. He sido fiel con ese adolescente que fui”, reveló en diálogo con Infobae. El bioquímico de hoy es una evolución de aquel joven preocupado por el fallecimiento de sus seres queridos.

Hay 260 personas congeladas en el mundo y, como él, otras 2.500 firmaron la petición para que se les aplique la técnica de criopreservación al morir
Informó que la técnica de criopreservación no es una vil esperanza de vida: es un concepto aprobado por la comunidad científica. Habló de la fertilización in vitro. “Hay en el mundo miles de personas que empezaron su vida con embriones en suspensión criónica. Esos embriones, que estuvieron muertos técnicamente, volvieron a la vida. No hubo ningún alma que se escapara ni ninguna fuerza vital que se perdiera. Simplemente los revivieron”, explicó. Su argumento supone soporte académico. “Funciona pero solamente en organismos muy pequeños. La pregunta no es si se puede, porque poder se puede. La pregunta es cuándo se podrán hacer en organismos más grandes como un hombre: cuando la tecnología madure”, apuntó.

Es la historia de Rodolfo Goya, el Walt Disney argentino, el científico que se le rebela a la muerte. Aunque a la vez desdramatice su decisión de criopreservarse “porque la muerte es una vieja conocida” para él. Es el sueño congelado de la búsqueda de la vida infinita.

 

Por Milton Del Moral