Saltan los jugadores de Boca en el centro del Bosque platense. Se abrazan, cantan y ríen. No es para menos: acaban de consagrarse campeones. Bastante más: son bicampeones de torneos largos, algo que no sucedía desde 1964-65. Atrás quedó el sufrido empate en 2 con Gimnasia. Quedará para los libros de historia. En la memoria, en cambio, perdurará la manera en que Boca culminó el torneo: sin brillar. Casi sufriendo. Acaso la igualdad ante el Lobo sirva de síntesis. Porque el conjunto de los Mellizos terminó encerrado en su arco, haciendo tiempo, con la mayoría de los jugadores con las medias bajas.
Pero lo muy bueno realizado en el primer semestre del torneo generó un colchón importante, que permitió licencias. Al cabo, Boca es el campeón porque fue el mejor en la temporada.
Algunos pensaron que Boca iba a llegar a La Plata para jugar como un campeón, para tener esa actuación estelar que sacudiera a todas las dudas. Pero no sucedió, especialmente en el primer tiempo. Se quedó sin nafta el equipo de Guillermo Barros Schelotto, que desde hace un par de semanas pide a gritos que culmine el semestre. No engancha Carlos Tevez: camina la cancha, participa poco y mueve la cabeza en gesto de negación porque no tiene energía ni siquiera para gritar.
Más: Nahitan Nández ya no tiene el despliegue total de meses atrás, Pablo Pérez pierde más que las que gana cuando va al choque, los laterales ya no sorprenden y la mochila de Cristian Pavón es pesada de llevar. No todos los partidos los puede salvar el juvenil con destino de Mundial de Rusia.
Quedan vestigios del gran equipo, aquel que arrolló en 2017. Porque Boca tiene vocación ofensiva, a pesar de la poca nafta. Intenta atacar con mucha gente. No arribó a La Plata para llevarse el punto necesario: se plantó para ganarlo. Le costó el inicio. Pero rápido se encontró con un golazo de Pablo Pérez con una linda jugada: Nandez, el interior derecho, mandó el centro desde el borde del área rival y Pérez, interno izquierdo, definió de manera magistral, tras un cabezazo, a modo de asistencia de Wanchope Abila. Se tomó un segundo más el volante ahí en donde solo se lo toman los que saben.
El gol a favor no animó a Boca. Los visitantes se tiraron unos metros para atrás para aprovechar la velocidad de Pavón, pero el delantero gastó muchas energías en cambiar una y otra vez de banda y se olvidó de jugar. Creció Gimnasia con más empuje que ideas. El amor propio de Rinaudo fue bandera y la movilidad de Dibble, el argumento. El uruguayo no pudo capitalizar un lindo pase de Colazo. Fue el ex mediocampista de Boca quien logró empujar un centro arco se Melluso después de un tiro de esquina. El empate del Lobo era merecido…
El empate le alcanzaba a Boca. Era suficiente el punto. Pero tenía sus últimos retazos de fútbol para ofrecer. A los 12 minutos, otra vez el 12 para La Doce, apareció el jugador más influyente de Boca en el tramo decisivo de la Superliga: Abila. Pura potencia, apareció en el área, ganó con su cuerpo grande y definió a lo grande. Para el 2-1. Y cierta tranquilidad.
Pero había otra capítulo para el suspenso y para la angustia. Llegó el empate de Gimnasia, a través de un remate de Alemán y del azar de un rebote en Magallán.
Quedaban diez minutos. Un suspiro o una eternidad, según el lado del mostrador del que se mire. Así, hasta ese desenlace en el que sólo había espacio para un desahogo. El de este Boca bicampeón.