Falta de interés, poca energía, ansiedad, alteraciones del sueño y baja autoestima son los síntomas más conocidos de la depresión, el mal que -de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud- afecta a unas 350 millones de personas en el mundo.
Guadalupe tenía apenas 20 años cuando sintió el demoledor combo de efectos sobre su cuerpo. Después de dos años viviendo en Rosario había vuelto a su natal Plottier, una pequeña ciudad de la provincia de Neuquén. “Me había ido a estudiar. Para mí Rosario fue un mundo nuevo y mágico que me brindó un sinfín de actividades y opciones para salir. Me acuerdo que entonces lo primero que les dije a mis viejos fue que al pueblo no volvía ni loca, que me parecía aburrido, chato, un lugar de viejos y totalmente distinto a lo que yo soñaba”, recuerda.
Las cosas no funcionaron como la estudiante pensaba. En 2012, la falta de ganas de seguir con la carrera, algunos problemas económicos y de salud, la devolvieron triste a su casa. La frustración se hizo sentir enseguida: Guada cayó en una depresión abismal, al punto de llegar a tener ideas suicidas. Su único contacto con el exterior pasó a ser su psicóloga y su rutina se resumía en mirar series y películas por la noche, y a comer y dormir todo el día.
La familia estaba preocupada y no sabía bien cómo ayudarla. La relación con su papá, que siempre había sido de complicidad, se transformó en un cúmulo de peleas porque no podía soportar verla dormir de sol a sol. Su hermano no le prestaba demasiada atención y se sumía en sus propios conflictos de adolescente. A la mamá le costaba sobrellevar el malhumor de su hija, aunque era la única que por momentos lograba amortiguar su llanto y ataques de bronca sinrazón. “Mi vieja fue ‘la fuerte’ en esa etapa oscura, me tuvo mucha paciencia”, agradece a la distancia Guadalupe.
Cuatro patas salvadoras
La situación se sentía indomable, pero cuando un laberinto parece indescifrable siempre brota un hilito de luz que cambia la perspectiva. “Un día de muchísimo calor apareció en la puerta del negocio de mis viejos una perrita lanuda, de ojos color miel y con muchas ganas de jugar. Cuenta mi mamá que la echó infinidades de veces, pero la gorda volvía a entrar buscando mimos e insistiendo en jugar. Fue tan cautivadora su mirada que finalmente se conmovió, y decidió darle agua y comida”, relata Guada. En ese instante a la madre se le prendió una lamparita. Recordó haber leído un artículo que explicaba cómo los perros podían ayudar a mejorar la calidad de vida en personas depresivas. ¿Qué podía perder? Adoptó a la perra y la llevó a su casa como regalo para su hija.
En un primer momento, Guadalupe recibió sin entusiasmo a la nueva integrante de la familia: “Me parecía un fastidio, todo el tiempo traía sus peluche para jugar, saltaba arriba mío y me lamía la cara para quitarme de la cama. Se levantaba a las siete de la mañana en punto para que yo la sacara a hacer pis y a las tres de la tarde pedía salir otra vez, a caminar o a la placita del barrio”. Pero de a poco la perrita insufrible fue quebrando el malestar, y con su amor sin condiciones se convirtió en una salvadora; así Roma hizo su magia: “Se fue metiendo de una manera tan sutil en mi vida, que sin darme cuenta modificó mis hábitos y mi humor. Pasé a levantarme más temprano por ella, ya no me molestaban sus lengüetazos a la mañana y nuestros paseos por la tarde se habían convertido en el mejor momento del día”, admite la joven y agrega: “Esa bola de pelos con esos ojos color miel se convirtió en mi mejor terapeuta”.
Hay química
De acuerdo a una encuesta realizada por el American Animal Hospital Association, la mayoría de los dueños de perros resaltan la relación de compañerismo y el amor incondicional que reciben de sus mascotas. Hay pruebas científicas que respaldan este resultado. Un estudio hecho en la Universidad Western Carolina de los Estados Unidos sostiene que la interacción con animales, especialmente con perros, produce cambios bioquímicos en el cerebro que posibilitan la reducción del estrés y la ansiedad. Por su parte, el psiquiatra Ian Cook, director del Programa Clínico y de Investigación de la Depresión en la Universidad de Carolina de Los Ángeles, afirma que hay muchas razones por las que los perros son ideales para ayudarnos a mantener una buena salud. Además de su cariño sincero e incondicional, los amigos de cuatro patas generan una necesidad de cuidado por parte de sus dueños. El ejercicio que requieren invita a levantarse y moverse. Para la gente que se siente sola a causa de la depresión, los perros son una compañía con la que pueden interactuar sin sentirse juzgados. Por último, la necesidad de contacto físico con sus amos hace que las personas se sientan útiles, queridas y valoradas.
La llegada de Roma a la vida de Guadalupe fue el motor para recuperarse, la química entre ellas hizo el resto: “Post depresión me hice un grupo de amigos muy lindo y ellos me animaron a retomar los estudios. Nunca volví a Rosario. Hoy estudio en General Roca, a 60km de Plottier y viajo en cole los días que curso. Sinceramente no sé si quiero volver a irme de acá ahora, disfruto la tranquilidad de tomar mates en la plaza, el verano en el río, los campamentos en la islita, las bajadas en canoa con amigos… Que hoy disfrute de todas esas cosas se lo debo en gran parte a Romita. Siempre digo: si leés Roma de atrás para adelante es amor. Y ella es eso, mi gran amor”.
Por: Valeria Slonimczyk