¡Atención! El estrés puede ser mortal

Matemáticos norteamericanos demostraron científicamente, en una original investigación en torno de la superstición oriental, que el estrés psicológico puede desencadenar un ataque al corazón. Para los chinos y japoneses, el número 4 es aciago y su sonido es similar al de “muerte”. El estudio mostró que el día 4 de cada mes hay más ataques cardíacos en la población oriental.

El temor a la muerte puede, en sí mismo, matar. Un equipo de investigadores lo demostró matemáticamente, en un original estudio alrededor de una superstición oriental. Para los chinos y japoneses, el número 4 es aciago y su sonido es similar al de “muerte”: la investigación mostró que, en Estados Unidos, el día 4 de cada mes, la mortalidad por enfermedades cardíacas es mayor entre las personas de ascendencia oriental que entre la población general. Lo cual viene a constituir la demostración más firme hallada hasta ahora, para grandes poblaciones, de que factores psicológicos pueden desencadenar la muerte. Ya antes, un estudio en Holanda había mostrado un significativo aumento de la mortalidad el mismo día en que el equipo nacional de fútbol fue eliminado de la Copa Europea, pero en este caso las razones podían vincularse con exceso de alcohol u otros factores (ver aparte).

“¡Me van a matar de un ataque al corazón!”, amenaza mamá desde hace décadas pero hasta ahora nadie había demostrado científicamente que las ídisches mames –por lo menos las chinas– tienen razón. Es que no era fácil verificar en forma concluyente que la tensión psicológica sea capaz de desencadenar un evento cardiovascular mortal. En laboratorio, razones éticas desaconsejan el sencillo experimento de aplicar estímulos estresantes para ver si el voluntario sobrevive o no. Otro camino fue hacer estudios epidemiológicos en situaciones de gran tensión colectiva, pero estos casos no permitían discriminar claramente que los fallecimientos se debieran a factores psicológicos.

La investigación crucial fue ideada por un grupo de matemáticos del departamento de sociología de la Universidad de California en San Diego, dirigido por David Phillips, que publicaron sus resultados en el prestigioso British Journal of Medicine: “Identificamos un fenómeno cultural con significación displacentera para un grupo –los chinos y japoneses– y neutral para otro grupo –los americanos y europeos–. En los idiomas mandarín, cantonés y japonés, las palabras ‘muerte’ y ‘cuatro’ se pronuncian de manera casi idéntica. El número 4 evoca desagrado y aprensión para muchos chinos y japoneses. Hospitales de China y Japón omiten ese número en los pisos y habitaciones, y la República Popular China no incluye el número 4 en la designación de aviones militares. Mucha gente en esos países evita viajar el día cuatro del mes”.

La hipótesis de estos investigadores fue que “la mortalidad cardíaca en gente de origen chino y japonés debiera subir el día 4 de cada mes”. Los investigadores apelaron al registro nacional de mortalidad de Estados Unidos, donde constan la causa de cada deceso desde 1973 y se consigna el grupo étnico de cada fallecido. Contaban con 209.908 fallecidos de origen chino y japonés, que podían ser cotejados con 47.328.762 fallecidos de raza blanca; esto permitió compensar otras variables como el sexo, la edad o el estado marital.

Pero, ¿y si los americanos de origen chino no eran tan supersticiosos como sus antepasados? El rigor científico exigía pruebas de que el “4” también los perturbaba, y el ingenio de los investigadores las buscó a partir del hecho de que, en California, los usuarios telefónicos tienen la posibilidad de elegir sus números: y sucede que los teléfonos de restaurantes chinos y japoneses tienen menos cuatros que los estadísticamente esperables: 366 cuatros en lugar de 479. A los dueños de restaurantes no étnicos, en cambio, no les preocupa que haya cuatros en su número telefónico.

Ahora sí, a ver cuántos orientales mueren el 4: “El día 4 de cada mes, las muertes cardíacas resultaron significativamente más frecuentes que en cualquier otro día y fueron 7 por ciento más que el promedio del resto de la semana. Este porcentaje es mayor para muertes debidas a enfermedad cardíaca crónica –13 por ciento– y aún mayor –27 por ciento– para el caso de California”. Nada de esto sucedió en el grupo de control deamericanos sin ascendencia oriental. “La única explicación consistente es que el estrés psicológico relacionado con el número cuatro produce muertes adicionales entre los pacientes chinos y japoneses”, concluye el artículo del British Journal of Medicine.

Pero, ¿no será que el día 4 los orientales beben más alcohol, alteran su dieta o dejan de tomar sus medicinas? Los investigadores consideraron y descartaron esta posibilidad al advertir que también aumentaban las muertes entre pacientes internados, cuyas dietas y medicación estaban bajo control.

Pero, ¿no sería que el pico del día 4 sólo adelantaba uno o dos días muertes que, de todos modos, ya estaban por producirse? En tal caso hubiera habido un descenso proporcional en las muertes los días subsiguientes, y no era así. No. A esos muertos los mató el día cuatro, es decir, la palabra “cuatro”, es decir, la palabra “muerte”.

En efecto, los investigadores advierten que entre los americanos de origen europeo, no hay un aumento proporcional de muertes los días 13, número aciago en la superstición occidental. La única razón que encuentran es que “no hay una relación lingüística, en inglés, entre el número trece y la muerte”. Tampoco la hay en castellano: mejor no suponer qué pasaría si el 13 se pronunciara “muertrece”.

Un partido para morirse

“¡El corazón del país se romperá si perdemos este partido!”: esta fórmula, hasta ahora reservada al exceso de algunos relatores deportivos, ha demostrado su rigor: una investigación efectuada en Holanda mostró que, el día en que el equipo nacional de fútbol fue eliminado de la Copa Europea, la mortalidad cardíaca aumentó significativamente.

El estudio –efectuado por un equipo de la Universidad de Utrecht y publicado en el British Journal of Medicine– comparó la mortalidad registrada el 22 de junio de 1996 –cuando la escuadra “naranja” perdió el partido decisivo– con la de los cinco días anteriores y posteriores. En esa jornada, el riesgo de mortalidad por accidente cerebrovascular y enfermedad coronaria creció un 51 por ciento para los varones. Ya era conocido que, en personas con problemas cardiovasculares preexistentes, puede desencadenarse un evento agudo en relación con un inusual estrés mental o emocional, un trabajo físico excesivo o un abuso de alcohol o de comida. En el caso de la derrota futbolística, los investigadores observan que el incremento de mortalidad “puede no haberse debido sólo al estrés, sino al exceso de alcohol, de comida o en el fumar durante ese día”.

“El cuerpo queda atrapado en el lenguaje”

“Admitiendo que para chinos y japoneses hubiera una equivalencia entre ‘cuatro’ y muerte, no se trataría sólo de la acción de una palabra, de lo que llamamos un significante, sino que ese significante sería la llave que abre a todo un conjunto –advierte el psicoanalista Germán García, titular del Centro Descartes–: en nuestra cultura, por ejemplo, el 7 tiene una especie de poder que remite a toda la cultura judeocristiana, desde aquel séptimo día en que Dios descansó; no es un término aislado sino una cosmovisión.”

“Así –continuó el psicoanalista–, cuando el vudú es capaz de matar a alguien mediante un conjuro, su eficacia consiste en que separa al sujeto del conjunto social al que pertenece; por eso el conjuro mortal debe haberle sido comunicado a la víctima para ser eficaz. Si el cuatro puede ser mortal, es en este sentido y por eso no resultará mortal para quien, aun conociendo el idioma, no responda a esa cultura.”

“En definitiva –observó García–, se trata de la cuestión central en lo que se ha llamado ‘psicosomático’: de qué modo el cuerpo, el organismo, queda atrapado en el lenguaje como trama social. Y esto sigue siendo un enigma. ¿Cómo puede ser que un niño aprenda algo tan complejo como el idioma? Lo seguro es que el sujeto humano no es, como suele decirse, un ‘individuo’, sino parte de una trama social: lo individual es el cuerpo, que, atrapado por esa trama, se hace psicosomático.”