Ninguna agencia detectó que el asteroide pasaría. Mucho menos que lo haría tan cerca de la Tierra como lo hizo el 9 de enero de 2017: a la mitad de la distancia entre el planeta y la Luna, 120.000 millas (192.000 kilómetros). A una velocidad de 35.000 millas por hora (56.000 kilómetros por hora), con una medida de 80 a 115 pies (el tamaño de un edificio de diez pisos) el asteoride llamado —ahora que pasó— 2017 AG13 fue detectado apenas 24 horas antes por el programa Catalina Sky Survey de la Universidad de Arizona.
El sitio de astronomía Slooh transmitió en vivo, el lunes a la mañana, al especialista Eric Feldman: “Se mueve muy rápido, y muy cerca de nosotros”, dijo. “Tiene una órbita particularmente elíptica. En realidad cruza las órbitas de dos planetas, Venus y la Tierra”.
Como medida de comparación, Feldman dijo que el 2017 AG3 tenía “aproximadamente el mismo tamaño que el asteroide que cayó en Chelyabinsk, Rusia, in 2013”. Los efectos hubieran sido similares en caso de que chocara: ventanas que estallaron y causaron daños menores en edificios en una zona muy amplia; más de 1.000 personas resultaron heridas por vidrios arrojados y otros materiales que volaron.
Si el 2017 AG13 hubiera explotado en la atmósfera, lo hubiera hecho con una fuerza de 700 kilotones; la bomba atómica de Nagasaki fue de 20 kilotones.
Se descubren aproximadamente cinco asteroides por día. Todos varían en tamaño, brillo y órbita, lo cual dificulta su identificación y su rastreo. Pueden estar hecho de hielo, de escombros y hasta casi sólo de metal. La Sociedad Planetaria cree que sólo el 60% de los objetos cercanos a la Tierra que se ha visto miden más de una milla (1,6 kilómetros); los más pequeños y difíciles de detectar pueden ser muchos más. Sin embargo, según un documento sobre las estrategias de preparación ante estos fenómenos, que publicó la Casa Blanca en diciembre de 2016, las posibilidades de un impacto “potencialmente peligroso” de un asteroide son bajas: en los próximos 100 años, el riesgo para la Tierra es de 0,01% apenas.