Llevar un estilo de vida poco saludable es perjudicial para la salud por múltiples motivos; algunos son más conocidos, como el incremento del riesgo cardiovascular, de diabetes y de algunos tipos de cáncer. Otros efectos, sin embargo, suelen ser menos mencionados, como el hígado graso no alcohólico, una condición grave, cada vez más frecuente y que se espera que en los próximos años sea la primera causa de trasplante hepático.
Por todo esto, la Asociación Argentina para el Estudio de las Enfermedades del Hígado (AAEEH) puso el foco en esta condición que afecta a cerca de tres de cada diez adultos en el país, datos que surgen de una investigación regional que contempló estadísticas locales de obesidad y otros indicadores y que los expertos sostienen que refleja lo que sucede aquí, aunque estiman que seguirá en aumento.
“El hígado graso no alcohólico puede impactar considerablemente en la salud de las personas, ya que sextuplica el riesgo de enfermedad cardiovascular y también aumenta las chances de presentar diabetes tipo 2 y enfermedad renal crónica”, explicó María Inés Alonso, médica hepatóloga y miembro de la AAEEH. Beatriz Ameigeiras, Presidenta de la AAEEH, remarcó que “el hígado graso se asocia al sedentarismo y a la epidemia de la obesidad, que está en aumento y es un problema de salud pública en nuestro país y en el mundo. Por este motivo, es importante que se aborde esta problemática y se generen medidas de prevención del exceso de peso y de promoción de la dieta saludable y la realización de actividad física para contribuir a mejorar esta situación previniendo su avance”.
Con el tiempo, si la enfermedad no se controla y no se mejora el estilo de vida, la salud del hígado puede ir viéndose comprometida, alcanzando grados cada vez más severos de ‘fibrosis’. En el estadio terminal, que se denomina cirrosis, el hígado se encuentra muy afectado y es posible que se necesite de un trasplante y que se desarrolle un carcinoma (tumor maligno) hepático.
Sin embargo, no todos los pacientes evolucionan hasta esta etapa: mejorando el estilo de vida, muchos podrán inclusive revertir el compromiso hepático. Además, por la biología particular de cada individuo no todos son propensos a evolucionar a estadios tan avanzados.
“El porcentaje de pacientes que avanza hasta un estado cirrótico que puede requerir trasplante es relativamente bajo. De todos modos, al considerar que es una condición muy prevalente, y cuya incidencia se encuentra en aumento, representa una gran cantidad de individuos”, manifestó el Javier Benavides, médico hepatólogo y gastroenterólogo, ex secretario de la Comisión directiva de la Sociedad Argentina de Gastroenterología (SAGE).
Se espera que el requerimiento de trasplante de hígado por hepatitis virales siga en franco descenso, gracias a las vacunas preventivas contra los tipos A y B del virus, y a los tratamientos curativos para el virus C. De todos modos, los especialistas no imaginan una disminución real de los casos de trasplante por cómo crecen la prevalencia de hígado graso y su diagnóstico tardío. Las proyecciones internacionales establecen que para 2030 esta condición será la principal causa de trasplante hepático.
Al respecto, Benavides subrayó que “en los Estados Unidos, la cirrosis por hígado graso solía ser la tercera causa más frecuente de trasplante de este órgano, detrás de la hepatitis C y del daño por ingesta desmedida de alcohol. Hoy día, ya se encuentra en segundo lugar, detrás del virus C, y se espera que para la próxima década ocupe el primer puesto”.
El hígado graso también impacta enormemente en el desarrollo de cáncer hepático. Como en muchas enfermedades oncológicas, la detección a tiempo mejora las tasas de curación. En este caso, el diagnóstico temprano es complejo, ya que suele no dar síntomas hasta estadios avanzados y muchos pacientes ignoran que padecen hígado graso, porque no se realizan chequeos de este órgano con frecuencia.
La incidencia del cáncer de hígado se triplicó en los últimos 35 años y alcanzó los 700 mil nuevos casos por año a nivel mundial, lo que implica 80 nuevas detecciones por hora. De su lado, Eduardo Fassio, médico hepatólogo y ex presidente de la AAEEH, detalló que “por lo general, el paciente se encuentra asintomático mientras la enfermedad no progrese a la cirrosis descompensada u otras complicaciones, pero la coexistencia de otras manifestaciones como obesidad, hipertensión o diabetes hacen que esté en riesgo significativo de presentar en el futuro complicaciones vasculares como infarto de miocardio o accidente cerebrovascular”.
“Es de vital importancia que los pacientes con hígado graso sean acompañados en forma multidisciplinaria por el médico clínico, el cardiólogo, nutricionista, hepatólogo y diabetólogo, en caso de que lo requiriera. Se debe realizar un plan alimentario adecuado, estimular la realización de actividad física acorde con las posibilidades de cada uno e instaurar, de ser necesario, tratamiento farmacológico para enfermedades asociadas como pueden ser la diabetes, hipertensión o colesterol elevado. Es esencial que el tratamiento se adecue a cada paciente”, destacó Alonso.
“Dado que la prevalencia aumenta y que los pacientes requieren un abordaje multidisciplinario, el hígado graso es una enfermedad que los profesionales de la salud de diversas especialidades deberán conocer mejor para brindarles a los pacientes un cuidado de calidad”, reflexionó Benavides, profesor adjunto en Medicina Interna en la Universidad Católica Argentina.
“Uno de los inconvenientes de esta condición es que suele no presentar síntomas en los estadios iniciales: cerca de la mitad de los pacientes no tiene ninguno, y 1 de cada 3 puede tener alguna molestia en la zona cercana al hígado”, detalló Alonso. Aunque inespecíficas, algunas de las manifestaciones que pueden aparecer y que son características del estado cirrótico son fatiga y debilidad, pérdida de apetito, náuseas, piel amarillenta, picazón, hinchazón en piernas y abdomen, confusión o sangrado gastrointestinal.
El diálogo con el paciente durante la consulta médica y el examen físico son dos herramientas válidas para sospechar el hígado graso, pero luego deben complementarse con análisis de sangre, una ecografía abdominal o resonancia magnética.
“El diagnóstico de certeza se confirma por el estudio de la biopsia hepática, pero esto sólo se efectúa en una minoría de pacientes”, concluyó Fassio, quien además es docente adscripto de la Universidad de Buenos Aires.