La alarma de la casa de Carolina Coria (30) se activa. Empieza a sonar, fuerte. Molesta a algunos vecinos, alerta a otros. Todos se preocupan menos ella que sufre hipoacusia bilateral profunda y, directamente, no la percibe. Sin embargo, esto está cambiando: gracias a un dedal que, hace poco, tuvo la oportunidad de probar, y ayuda a las personas con daño severo en los oídos a “escuchar”. Escuchar entre comillas porque el que lo usa no oye realmente sino que capta vibraciones en la yema del dedo índice que, en el cerebro, se traducen en algo parecido a lo que conocemos como escuchar. Ya lo utilizan 29 personas en el país.
Luis Campos es ingeniero electrónico y su creador. “Me inspiré en el sistema braille. Pensé: si el dedo, en ese caso, tiene la capacidad de sacar fotos y colocar una letra al lado de la otra en la corteza cerebral generando imágenes en el no vidente, por qué no se puede hacer algo similar con la audición”, resume el inventor de Sevitac-D, que hace décadas se dedica a diseñar herramientas tecnológicas para personas con discapacidad.
Desde que sus caminos se encontraron hace cinco meses, a Carolina nadie le borra la sonrisa. Es que si bien fue muy estimulada desde pequeña y sabe leer los labios y verbalizar, nunca antes había percibido el sonido. “Es emocionante, soy otra persona”, cuenta Carolina. “Siento las palabras en mi dedo, en el oído nada”, describe.
Algo tan básico como registrar que una pava silba o que una puerta se abre. Esos detalles, a ella le suman independencia. “Con el dedal, salgo a la calle y escucho el motor de una moto, la bocina de los autos, los perros, todo”, dice entusiasmada. Carolina también habla de la alegría que le genera poder escuchar música, seguir el ritmo y hasta entender la letra de una canción. De lo importante que resulta para ella juntarse con sus amigas y participar más activamente que antes de una charla.
Sentada en la redacción de Clarín y acompañada de la fonoaudióloga y especialista en Neurolinguística, María Alejandra Santos Merentino, Carolina sigue el ejercicio propuesto. Sin el dispositivo, no percibe nada de lo que ocurre a su alrededor: ni aplausos, ni gritos. Esto cambia cuando Luis le coloca el micrófono, que se une con un cable a un decodificador del tamaño de una caja de fósforos, y que, a su vez, se conecta con otro cable a una especie de férula que le pone en el dedo índice y reproduce los sonidos a través de vibraciones.
Y ahí sí, la mujer empieza a sentir los estímulos. “Rojo”, le dicen. “Rojo” responde. Primero, con los ojos abiertos. Luego los cierra y, sin espiar, siente en su dedo el “Rojo” y responde en voz alta “Rojo”. A veces se equivoca, pero Santos Merentino explica que es normal y que es cuestión de “tiempo y entrenamiento, ya que su uso requiere adaptación”. “El dedal no es mágico ni la solución para cualquiera. Es una alternativa no invasiva y bastante accesible (cuesta 45 mil pesos y algunas obras sociales ya lo cubren), pero no le sirve a todo el mundo, es sólo para los que padecen hipoacusia profunda o sordera, teniendo en cuenta que permite captar sonidos sin utilizar la vía auditiva”, cierre el ingeniero.
Por: Paula Galinsky