La piel de caimán cotiza alto en Europa y desde hace una década Italia importa miles de cueros de especies criadas en Formosa, donde a finales del 2001 se puso en marcha un plan que no sólo procesa piezas de exportación, sino que revirtió el peligro de extinción y llevó de 60.000 a 600.000 la cantidad de animales en sus dos variantes: Latirostris, conocido como yacaré overo, y Crocodilus Yacaré, vulgarmente llamado caimán negro.
El método utilizado en las tres provincias es el “rancheo” y Santa Fe fue pionera al lanzarlo en 1990, bajo el todavía vigente “Proyecto Yacaré”, que lleva devueltos unos 30.000 caimanes a la naturaleza y unos 115.000 huevos cosechados en incubadoras, durante 26 años de trabajo ininterrumpido.
El rancheo promueve un equilibrio entre el aprovechamiento comercial de las especies y su conservación a largo plazo en su hábitat natural, además de desalentar la caza furtiva y generar trabajo para las poblaciones locales.
La técnica cuenta con el aval del Grupo de Especialistas en Cocodrilos (CSG), la Unión Mundial para la Conservación (UICN) y la Comisión para la Supervivencia de Especies (SSC).
América latina posee la mayor diversidad de cocodrilianos, pero muchos de ellos están amenazados por la invasión de su hábitat a partir del avance de las ciudades, la agricultura, la contaminación, la cacería y el comercio ilegal de pieles.
La empresa Caimanes de Formosa administra en esa provincia una población anual de entre 70.000 y 80.000 animales y el emprendimiento posiciona a la Argentina en el exclusivo grupo de exportadores de un cuero que escasea en el mundo y que cotiza entre 100 y 150 dólares la pieza.
En cuatro hectáreas del parque industrial de la capital provincial, unos 12.000 caimanes son faenados anualmente para extraerle su piel, procesarla y venderla a Italia, que confecciona productos de marroquinería; a Estados Unidos, para sus clásicas botas texanas; y, en menor medida, a Rusia, Japón y España.
El 95 por ciento de la faena está dirigido a la exportación de la piel y sólo se procesa el 5 por ciento restante para consumo de carne en Formosa y en Capital Federal: yacaré frito, en empanadas o a la plancha son algunas de las variantes gastronómicas que se ofrecen en la costanera sobre el río Pilcomayo, cuyos restaurantes compran tres toneladas por mes. En menor proporción, los hoteles de lujo de Buenos Aires sirven menúes gourmet, a valores que rondan los 40 dólares el plato.
A fines del 2001, en plena crisis económica y social, Eric Silberstein inauguró el criadero formoseño como parte de un proyecto autosustentable que devuelve a la naturaleza el 15 por ciento de las crías nacidas en cautiverio y da trabajo a unos 400 pobladores que todos los veranos salen a recolectar huevos de yacarés y cobran 500 pesos por nido.
Es que en su hábitat natural, de 1.000 huevos sólo nacen 100 yacarés (el 10 por ciento) y apenas 20 crías cumplen el primer año de vida. Sequías, inundaciones, temperaturas extremas, zorros, iguanas, carpinchos, aves rapaces y serpientes son los principales enemigos de los pequeños cocodrilos.
“El año pasado cosechamos 78.000 huevos y el 15 por ciento fue devuelto a la naturaleza; liberamos animales de casi 2,5 kilos y 1,10 metros, vacunados, alimentados con comida balanceada y cuidados en ambientes de agua limpia y lozas radiantes; por eso, cuando los yacarés vuelven a sus humedales están fuertes y ya no son una presa fácil de depredar”, contó Silberstein.
La participación de los lugareños en el emprendimiento hizo retroceder también la acción de los cazadores furtivos. Los recolectores esperan la llegada del verano para salir a buscar nidos y poco a poco -según relató Silberstein- fueron apropiándose del proyecto. “Son los primeros que denuncian cuando aparece algún cazador en la zona que puede poner en peligro la recolección de huevos”, apuntó.
Con la misma metodología, Yacaré Porá es una granja modelo que en 11 años ya devolvió unos 9.000 ejemplares a las regiones silvestres de Corrientes y que a su vez desarrolla colecciones de lujo de carteras, portafolios y billeteras en cuero de yacaré, que se venden en la Argentina y en España y que dan viabilidad económica al proyecto.
En la localidad correntina de Ituzaingó, los propietarios de las tierras y los pobladores están involucrados en la conservación de especies. “Cada huevo que se cosecha en el campo genera ventajas económicas y eso hace que los yacarés sean considerados un recurso valioso e indispensable para la conservación de los humedales”, reflexionó en diálogo con Télam Mauro Cardozo, jefe de operaciones de Yacaré Porá.
El 5 por ciento de una población aproximada de 27.000 ejemplares es devuelto anualmente a la naturaleza, como parte de un emprendimiento que tiene por principal objetivo “convencer a los pobladores sobre el valor de preservar las especies y el hábitat”.
“Un animal muerto representa un ingreso económico una vez, pero un animal vivo representa un ingreso muchas veces porque son animales muy longevos y las hembras recién desarrollan su capacidad reproductiva a los 7 años”, destacó Cardozo, y apuntó como “logro” que con los años los lugareños entendieron que “el proyecto es importante para su vida y su economía”.
Si bien inicialmente Yacaré Porá devolvía el 10 por ciento de los caimanes nacidos en cautiverio, por recomendación de especialistas del Conicet y de la Dirección de Fauna de Corrientes, se redujo a la mitad ese número para evitar una sobrepoblación.
La producción en la granja arroja unos 4.500 cueros, de los cuales el 40 por ciento se vende en el mercado interno, el 30 se transforma en productos terminados y el resto se exporta.
De igual manera, en Formosa, el esquema denominado “repoblación en la naturaleza” está aprobado por la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) y permite no sólo que los animales regresen fortalecidos a sus lugares de origen, sino que su adaptación y recuperación sea monitoreada por la Dirección de Fauna provincial, a través de un precinto metálico en una de sus patas.
El período de gestación de los caimanes dura entre 70 y 85 días. En ese tiempo, los huevos permanecen en sofisticadas incubadoras que regulan los parámetros de humedad y calor. Apenas nacen, los pichones son mantenidos en observación durante 24 horas en cajones plásticos y luego transferidos a casi 200 piletones de crianza, que ocupan 1,5 hectáreas y donde los animales permanecerán dos años hasta alcanzar el tamaño necesario para su faena (entre 4 y 5 kilos).
El predio en el parque industrial de Formosa cuenta también con una planta frigorífica fiscalizada por Senasa y un depósito para el secado de los cueros, que luego serán enviados a una curtiembre de la localidad bonaerense de Wilde y desde allí a Europa, Estados Unidos y Asia. Italia, el principal importador, recibe el producto cortado y listo para convertirse en zapato, billetera, cinturón o cartera. Sólo la tintura se hace en la península europea.
Con todo, en la Argentina, el furor por la piel de cocodrilo que mostraban los turistas cuando visitaban Buenos Aires fue decreciendo en las últimas décadas. Las variaciones en el tipo de cambio del dólar hicieron que las peleterías y zapaterías del centro porteño dejaran de ser una parada obligatoria para los extranjeros. Antes, la ciudad ofrecía diseños exclusivos a una décima parte de lo que podía valer la misma pieza en Europa.
“Tenemos un producto único, un producto que escasea en el mundo; la comercialización mundial de cocodrilos es bastante exclusiva, históricamente fue el cuero más preciado y en Argentina hay una larga tradición después de Italia que nos hace los mejores curtidores del mundo”, concluyó Silbertein.
En Santa Fe, a fines de los 80 el caimán Latirostris era parte del apéndice elaborado por la Cites sobre especies amenazadas de la fauna y la flora y se lo consideraba desaparecido en territorio santafesino. Por eso, Proyecto Yacaré liberó a la naturaleza todos los caimanes nacidos en cautiverio durante su primera década, según relató a Télam Pablo Siroski, miembro del emprendimiento.
Actualmente tiene una población anual de entre 12.000 y 15.000 animales en las piletas de crianza, de los cuales se devuelve entre el 15 y el 20 por ciento a la naturaleza y, del resto, se exporta a Italia el 40 por ciento.