Por primera vez en la historia del Mundial de la FIFA de esta disciplina (la primera edición se disputó en Holanda en 1989), el equipo nacional llegó a la final. Tras vencer 5 a 2 a Portugal en el Coliseo El Pueblo, se aseguró un lugar en la definición del sábado (desde las 16.30, en el mismo escenario) frente a Rusia.
Fue otra notable actuación de la Argentina (que venía de eliminar en las rondas de nocaut a Ucrania y a Egipto sin recibir goles). Se fue al descanso con un 4-1 justificado en dos aspectos fundamentales: la capacidad para recortarles espacios a los rivales y para aparecer rápido en contraataque. El primer gol -convertido por Cristian Borruto- fue una demostración de astucia y de audacia: salida rápida, sombrerito, toque final de cabeza. Y un festejo que obligó a derribar el arco. Era un mensaje: Argentina estaba dispuesto a arrasar.
El empate de Ré no fue un golpe, sino un impulso. Cuatro minutos después de la igualdad transitoria, el seleccionado albiceleste ya ganaba 4-1, gracias a los goles de Damián Stazzone, Alamiro Vaporaki y Alan Brandi. En los tres casos, buenas construcciones colectivas resueltas de modo impecable por los que firmaron la autoría.
El segundo tiempo fue una demostración más de las capacidades defensivas del equipo argentino. Bravo, metedor, concentrado, impecable, ordenado. Así, obligó a Portugal a la ansiedad, a patear desde cualquier lugar. Le achicó el arco del inmenso Sarmiento con la colaboración de todos. Así, el equipo europeo -semifinalista por segunda vez en su historia- no pudo, no encontró resquicio. Y se enredó en esa telaraña propuesta por la Argentina.
El quinto gol, convertido por Leandro Cuzzolino a la salida de un tiro libre, fue -por si hacía falta- la certeza de la clasificación. El descuento de Tiago Brito resultó apenas un decorado para la estadística de una clara victoria. La más importante del futsal argentino.