Amor acelerado: “Convivimos al toque”

Ya fueron a cenar, también al cine... ¡y el próximo paso es la convivencia! Te ayudamos a ver qué hay detrás de un romance en fast forward.

Si estuviéramos leyendo un cuento clásico, la leyenda diría que, luego de un largo noviazgo, él debe pedir tu mano a tus padres. Fiesta de casamiento, noche de bodas y luna de miel de por medio, finalmente llegaría ese preciado momento de estar juntos a toda hora y en todo momento: la convivencia.

Pero haciéndoles honor a los tiempos modernos, vos te salteaste toda esa primera parte y te acabás de mudar con tu reciente novio, que no vio a tus viejos ni en fotos, por el simple hecho de que lo conocés ¡desde hace menos de seis meses! Para vos también el cambio es vertiginoso: estás dejando la casa en la que viviste durante más de diez años, donde cada rincón era especial para vos, sin expensas, decorada a tu gusto y con unos inmejorables vecinos, para mudarte con él. Y ahora, además del amor que los une, van a compartir su día a día en ese espacio elegido para construir su “nidito de amor”. Y así, se embarcan en un viaje que puede llevarlos a un destino paradisíaco… o a un escenario con algunos obstáculos que tendrán que sortear, entre millones de cajas de mudanza.

¿POR QUÉ PASA?

Te gana la comodidad: nunca sabés dónde vas a dormir esa noche, entonces cargás todo el día una cartera tamaño XL a punto de estallar, que cuenta con lo necesario para ir a trabajar, un outfit nocturno por si pinta una salida, champú y acondicionador, ropa interior, en fin…, todo lo que nunca vas a encontrar en casa de un hombre soltero y te es indispensable. Por eso, cuando te cansás del rol de “hormiguita viajera”, el plan no te resulta tan descabellado.

Están en la “fase fascinación”: los dos aman las mismas películas, los mismos gustos de helado, escuchan la misma música, tienen 100% de compatibilidad en la carta natal, sentís que nunca tuviste tanta química y -de yapa- que estás teniendo el mejor sexo de tu vida. Entonces, abrís no solo las puertas de tu corazón, también las de tu casa.

Quieren ahorrar: doble casa, doble gasto, doble todo. Al mes, ya estabas haciendo cuentas: si sumaran lo que vos gastás más lo que gasta él, podrían vivir en una casa más grande y juntar más para las vacaciones. Tenés tanta suerte que te encontrás en la vida con otro experto en ahorro y, ¡zas!, se mudan juntos casi sin conocerse, solo por una conveniencia económica.

COMPARTIR CASA = COMPARTIR VALORES

Una convivencia es un contrato, con reglas que solo pueden establecer ustedes. Y solo ustedes se van a dar cuenta de qué cosas están dispuestos a ceder. Los hábitos se cambian y se aprenden con el tiempo, y muchas veces se crean nuevos hábitos juntos. Pero los valores de ambos, esas convicciones que determinan tu manera de ser y tu conducta, son algo que tienen que tener en claro antes de tomar esta decisión, no importa cuáles sean, simplemente hay que estar en la misma sintonía. Así pueden llegar a convivir una desordenada con un obse de la limpieza, un noctámbulo con una madrugadora. Pero es casi imposible si tus creencias, tus ideales, tu concepción de la fidelidad y del buen trato, no son compatibles con los de él. Por eso, hay que tomarse el tiempo para charlar, ensayar “pequeñas convivencias” en un viaje y compartir un poco de su mundo antes de zambullirse de lleno en una vida de a dos.

“¿ME EQUIVOQUÉ?”

Es lógico; a las pocas semanas entrás en pánico. No se ponen de acuerdo para manejar la economía hogareña ni en cómo dividir el espacio -él invita a tooodo el mundo onda club barrial y vos sos del estilo “mi casa es mi centro de meditación zen”-. No pueden negociar ni de qué color pintar las paredes, y mucho menos dónde va a dormir tu gato.

Con cajas sin acomodar, sin resolver el dilema “la tele, ¿en el cuarto o en living?”, soñás con tocar un botón para rebobinar y pensarlo mejor. Pero antes de volver a meter todo en la valija, es hora de poner sobre la mesa los conflictos y separar los que son negociables de los que no.

NO ES SINÓNIMO DE FRACASO

Compartir no solo tu casa, tu cama, tu sillón, sino también tu taza preferida, el jabón y -¿por qué no?- la maquinita de afeitar, no es cosa fácil. Los roces que surgen de los tironeos clásicos por querer que todo sea tal como lo planeaste desgastan y, sumado a no tener un espacio para estar sola, respirar hondo y extrañar al otro, pueden transformarse en un “¡quiero salir corriendo de acá!”.

Y aunque sabemos que no es recomendable aventurarte a vivir con alguien con quien tenés menos anécdotas que con tu peluquero, para que exista la regla siempre hay una excepción, y convivir precozmente no tiene que terminar sí o sí en un fracaso. Hay muchas parejas que comparten casa desde los primeros meses y salieron ilesas. Con paciencia, comprensión y, sobre todo, mucha comunicación se pueden superar los pequeños altercados que nacen de los diferentes estilos domésticos.

BAJAR UN CAMBIO

Lo mejor es esperar a que pase la llamarada del primer período de amor, cuando los pajaritos de colores y las mariposas en la panza te tiñen todo de rosa, y puedas conocer mejor con quién vas a compartir cada centímetro cuadrado de tu vida. Habiendo pasado entre los seis meses y el primer año de relación, cuando ya te enteraste de que una de sus actividades favoritas es sembrar de medias usadas el living de la casa o que se levanta de tan buen humor que aflora su lado creativo para hacer chistes antes de las 8 a. m., ese es un buen momento para decir: “¡Qué ganas que tengo de deshacerme de la mitad de mi ropa para hacerte lugar en el placard! ¡Sí, mi amor, convivamos!