En este artículo de opinión el escritor y ensayista Adam Gopnik se pregunta si nuestra forma actual de vivir no será cuestionada también por las futuras generaciones.
La controversia sobre la estatua de Cecil Rhodes en Oxford es algo que he seguido de cerca.
Debido a que Rhodes, una vez considerado un héroe del Imperio Británico, ahora es contemplado como un racista y un imperialista –ambas cosas muy malas– la idea general es que no debería ser honrado en una institución educativa.
¿Debemos derrumbar su estatua? Los franceses tienen una interesante expresión para hablar de la destrucción de cosas del pasado en busca de los valores del presente: il faut bruler (“hay que quemar”).
¿Pero tenemos que quemar a Sartre o a Luis XIV o a Victor Hugo por algo muy importante en que se hayan equivocado?
No tengo ninguna simpatía por Rhodes, aunque pienso que esta clase de controversias pueden fácilmente transformarse en una suerte de inquisición.
Podemos hurgar en el pasado de cualquier figura histórica y encontrar algo desagradable para los parámetros de 2016.
En el fondo yo pienso que deberíamos usar esas preguntas no para acusar moralmente a otros sino para evaluarnos moralmente a nosotros.
¿Qué actitudes o prácticas aceptamos despreocupadamente ahora como parte del necesario desenvolvimiento del mundo que serán vistas como algo horroroso en el futuro?
¿Qué estará en la lista cuando nuestros descendientes –más prístinos que nosotros– nos lean los cargos en nuestra contra? He llegado a una lista tentativa de cuatro de esos horrores.
No creo que esta sea la lista más correcta ni la más completa, ni siquiera opino que debemos “quemar” estas cosas, sólo que estas son prácticas que gente con inquietudes morales en el futuro puede encontrar curiosas de nuestro presente.
1. La crueldad detrás de nuestra comida
La primera es la crueldad generalizada contra los animales para conseguir comida. Esas granjas industriales, esa matanza industrializada.
Aunque mucho nos han dicho de estos lugares, seguimos alejando esta verdad de nuestros ojos.
Las condiciones de estos animales –pollos obligados a una vida de inmovilización, cerdos hacinados en jaulas y sacrificados en cintas de producción de pánico– pueden ser vistas por nuestros descendientes como algo tan atroz como nosotros vemos el tráfico de esclavos.
El hecho de que nos sentamos a comer filetes de ternera en una conferencia sobre ética (yo lo hice una vez) puede ser contemplado por futuras generaciones como algo tan brutalmente hipócrita como los dueños de esclavos en Estados Unidos hablando de libertad.
Mi idea es que –teniendo en cuenta que siempre comeremos otros animales– deberíamos plantearnos no solo cómo los consumimos sino también cómo los tratamos.
Un animal criado amablemente y sacrificado sin dolor me parece a mí un procedimiento correcto, pero estoy en minoría en mi propia familia, que la única carne que come es la de pescado, y quizás algún día pueda convertirme yo también.
2. El funcionamiento de nuestras escuelas
La próxima atrocidad moral que el futuro puede condenar es la crueldad hacia los niños en la escuela.
Claro que éste parece ser un pecado menor en relación con otras realidades mucho peores como la total ausencia de educación para muchas niñas en países islámicos.
Pero el sistema educativo occidental que aceptamos sin críticas es, después de todo, un remanente de un tiempo anterior, un síntoma actual de una reglamentación de la vida en el siglo XIX que también nos trajo el reclutamiento en masa y el entrenamiento militar.
Ya superamos la conscripción masiva pero seguimos muchas veces imponiendo un organigrama militar a nuestros hijos.
Damos como seguro que se beneficiarán de largas jornadas escolares y muchas tareas cuando no hay una pieza de evidencia que diga que esto es cierto y existe un gran cuerpo de evidencia que dice que es falso.
Seguimos pensando que es esencial y redituable despertar adolescentes bien temprano por la mañana, luego tenerlos sentados y quietos mientras escuchan lecciones por ocho horas para que luego hagan otras tres o cuatro horas de ejercicios en el hogar.
La evidencia sugiere que es la peor forma posible de educar a nadie, mucho menos a un chico de 15 años que necesita dormir mucho, libertad de pensamiento y mucho tiempo para escapadas creativas.
Escapadas como las de John Lennon y Paul McCartney, cuando se ausentaban de clase para tocar la guitarra, o las que recordaba Steve Jobs de su colegio en California, donde decía que conoció a Shakespeare y a las drogas, al mismo tiempo y quizás en la misma medida.
Nos dicen que las sociedades súper reglamentadas como las asiáticas nos van a dominar pero es Apple, inventada por aquel estudiante de Shakespeare y de las drogas, la que envía teléfonos para hacer en China, no al revés. Los avances genuinos vienen de gente y lugares extraños.
En el futuro, cuando los alumnos lleguen al colegio no tan temprano y les enseñemos matemáticas de la forma en que hoy les enseñamos deportes –con una metodología abierta, de manera grupal y autorregulada– quizás comprendamos que cada mente trabaja de forma particular y podremos ver nuestro actual sistema como algo descabellado.
3. Nuestro tratamiento de enfermos y ancianos
El tercer elemento de la lista que imagino causará preocupación en el futuro es nuestra crueldad con los enfermos y los ancianos en nuestro fetiche por la intervención quirúrgica.
La medicina moderna es casi una bendición pura y todo aquel que sueña con las certezas metafísicas de los tiempos medievales debería ser obligado a tratar a su familia con medicina del Medioevo.
Pero ninguna bendición es totalmente pura y sospecho que nuestra insistencia por masivas intervenciones de enfermedades postreras, nuestro apetito por válvulas cardíacas, rodillas y caderas artificiales e infinitos arregos de marcapasos, serán vistos por nuestros descendientes como prácticas tan fetichistas y confusas como nosotros vemos el apetito por usar sanguijuelas y desangrar pacientes del pasado.
Por supuesto que todos conocemos gente cuyas vidas han sido extendidas y mejoradas por articulaciones artificiales y marcapasos, pero nuestro sistema de salud está designado para que los doctores vean más los beneficios de las intervenciones que sus costos.
No hace mucho leía la declaración de un médico que decía lo siguiente sobre la aparentemente benigna práctica de la angioplastía para pacientes cardíacos: “No ha mostrado que extienda la expectativa de vida ni un día, mucho menos 10 años, y es hecha millones de veces al año en este país”.
Cada generación se enfrenta con la mortalidad y cada generación subsiguiente mira hacia el pasado y tiembla ante las armas que el pasado usó en ese enfrentamiento.
4. Nuestras categorías sexuales
Por último sospecho que el futuro fruncirá el ceño ante cualquier forma de categoría sexual, excepto las que están basadas completamente en el abuso de poder.
Homo o hétero; bi o trans; número, clase o vicio; todo lo que importa es el consentimiento de dos personas capaces de decidir por sí mismos e informarse.
Cuando Oscar Wilde fue condenado socialmente hace más de un siglo en Londres por tener sexo con hombres menores de edad que se prostituían, se volvió una figura demoníaca y tanto su vida como su carrera fueron destruidas.
Después de 50 años su persecución nos pareció intolerable y en la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX él fue visto como un mártir de la liberación homosexual.
Pero hace recientes 20 años la moneda volvió a girar, no por la homosexualidad sino porque la explotación de adolescentes con fines sexuales es vista hoy, correctamente pienso, como uno de los peores pecados.
Sospecho que en el futuro habrá más tolerancia a la diversidad sexual y menos tolerancia a la explotación de los indefensos.
Y quizás ése sea el punto principal. La moralidad se vuelve más clara con el tiempo, no específicamente sobre qué está bien o está mal al momento de elegir libremente una pareja o la errónea forma de comer o de pensar, sino sobre qué es justo y qué no lo es en una relación de poder.
Si queremos una regla moral simple de aplicar a través de los siglos, ésta podría ser: mira quien necesita ayuda y ayúdalo. Eso siempre se ve bien en perspectiva.
Mientras, la curiosidad moral debería separarse de la histeria moral y cuando condenemos moralmente a nuestros ancestros deberíamos abrir nuestros oídos y escuchar los vagos sonidos de nuestros descendientes hablándonos de nuestras tristes verdades.