Poco y nada trascendió de la reunión que la gobernadora María Eugenia Vidal tuvo con el papa Francisco en Santa Marta el sábado 25 de febrero. La noticia sorprendió incluso a los que más colaboraron para que se concretara, ya que se sabía que ambos tenían especial ansiedad por ese encuentro personal, cara a cara. Se cuidaron mucho las formas, el Sumo Pontífice no quería herir las susceptibilidades de Mauricio Macri. Por eso no hubo invitación del Vaticano, ni la Gobernadora pidió audiencia. Fue, apenas, una reunión privada.
Pero algo, específicamente, no se supo: la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, y su esposo, el jefe de de Gabinete de la provincia de Buenos Aires, Federico Salvai, estaban allí presentes, aunque no aparecieron en la foto. El matrimonio estaba en Roma desde hacía varios días, descansando después del tratamiento que Stanley encaró para superar una dura enfermedad, sobre la que el Papa se interesó casi cotidianamente, hasta que supo de la evolución satisfactoria.
Aunque no se lo preguntaron, Francisco les contó que pensaba viajar a la Argentina en el 2018, entre finales de marzo y principios de abril, cuidando evitar dos fechas lacerantes de nuestro pasado reciente, el 24 de marzo y el 2 de abril. Antes irá a Chile y después a Uruguay. El dato es central porque habían trascendido informaciones en sentido contrario, transmitidas por el obispo auxiliar de Santiago de Chile, Galo Fernández, que causaron desconcierto en la feligresía local y fueron desmentidas por el vocero Vaticano.
Infobae buscó precisiones en torno a la visita pastoral del Papa para el año próximo y las obtuvo. Francisco espera congregar a 20 millones de personas en las cinco provincias a las que quiere llegar en su recorrida y ya hay un equipo en Roma trabajando para organizarla.
De todos modos, la confirmación de la fecha se realizará más cerca de fin de año, seguramente en octubre, fuera del calendario electoral. Por otro lado, se supo que en Argentina se empezará a trabajar en la gira papal después de que se elija la nueva Comisión Episcopal, o sea, a partir de junio.
Lo importante es que el Gobierno nacional ya está informado de que, en el 2018, Jorge Bergoglio volverá al país del que salió el 26 de febrero de 2013 sin saber que unos días después, el 13 de marzo, sería ungido Papa, el primero no europeo de la historia de la Iglesia Católica. Mañana se cumplen cuatro años de ese momento mágico en el que la mayoría de los argentinos sentimos que Dios no nos había abandonado.
Para conmemorarlo, la edición en lengua española de L’Osservatore Romano que editan, desde Buenos Aires, Marcelo Figueroa y Santiago Pont Lezica, fue dedicada íntegramente a celebrar el pontificado de Francisco a través de distintos artículos, desde su “protopapado”, con la intervención del por entonces cardenal argentino en las Congregaciones Generales previas al cónclave, donde abogó para que el próximo Papa sea alguien que “ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales”.
Por primera vez fue publicado el manuscrito de esa intervención, con la conocida letra mínima y prolija de Francisco, que encierra los cuatro puntos que resumían su visión de lo que debía constituir el próximo Papado. Se trata de un documento de alto valor histórico, rescatado por el cardenal Claudio Hummes, que estaba sentaba a su lado.
Cuando venga en 2018, el Papa Francisco evitará dos fechas lacerantes de nuestro pasado reciente: el 24 de marzo y el 2 de abril
La otra nota importante es la escrita por Antonio Spadaro, director de la revista jesuita italiana La Civiltá Cattólica, cuyos artículos son revisados por la Secretaría de Estado del Vaticano. Se titula “La diplomacia de Francisco” y pone eje en lo que él llama la “geopolítica bergogliana”, a saber, el intento de que la unción del bálsamo evangélico desate los nudos de la discordia y fluya la reconciliación entre los más distintos, aún cuando se consideren enemigos.
El vínculo entre el Gobierno de Cambiemos y el Movimiento Evita, o entre Vidal y Stanley y los dirigentes sociales Emilio Pérsico y Juan Grabois debería leerse en concordancia con esa visión, es decir, un relacionamiento no exento de prejuicios y temores mutuos pero que, en definitiva, busca garantizar un salto en la calidad de vida de amplias franjas de la población que están sumergidas hace décadas y, al tiempo, genera condiciones inequívocas de gobernabilidad.
Se trata de una apuesta compleja e inédita a la vez, sobre la que no hay antecedentes en la Argentina democrática. Quizás los acuerdos que Juan Domingo Perón vertebró con un sector sindical cuando era funcionario de una dictadura, antes de convocar a las elecciones que lo consagraron presidente, o los que formalizó el gobierno golpista de Juan Carlos Onganía con el sindicalismo vandorista pueden contener algunas semejanzas.
Eran momentos de gran convulsión social, y unos y otros se miraban con desprecio y desconfianza. La gran diferencia es que eran gobiernos militares, con fuerte impronta autoritaria, que no es el caso. Lo que hay ahora, que no hubo entonces, es un Papa argentino que de un modo a veces poco comprensible, trabaja para el sostenimiento de la democracia local y así garantizar la gobernabilidad, como ya lo hizo con el gobierno de Cristina Kirchner, a quien asistió espiritualmente hasta último momento, convencido de que lo que necesitaba la Argentina es que el mandato terminara en la fecha prevista y el próximo presidente pueda asumir sin conflictos.
Es verdad que Francisco no esperaba la victoria de Macri. Sin embargo, superó sus propios prejuicios y consolidó en los últimos tiempos varios vínculos previos, no solo con Vidal y Stanley, sino también -entre otros- con el ministro de Trabajo Jorge Triaca, con quien también se vio ese fin de semana, el domingo 26 de febrero. Vidal, Stanley, Salvai y Triaca comieron en Roma la noche del sábado. Al otro día, la Gobernadora volvió sola en un vuelo de Alitalia, como había llegado dos días antes, sin siquiera un secretario o asistente.
Francisco quiere que al Gobierno le vaya bien, no porque no vea los problemas, sino porque apuesta a la solución de los conflictos en forma pacífica
Un amigo que visita asiduamente al Papa, y siempre trae libros bendecidos que entrega a distintos funcionarios en su nombre, está convencido de que “Francisco quiere que al Gobierno le vaya bien, no porque no vea los problemas, sino porque apuesta a la solución de los conflictos en forma pacífica y por medio del diálogo, como sucede en toda democracia”.
Esa sería la razón por la que Francisco desactivó el año pasado una movilización en Plaza de Mayo en su nombre, y otra que iba a realizarse mañana frente a la Catedral, en supuesto homenaje a los cuatro años de papado. Agradece las muestras de afecto, pero no quiere que su figura sea utilizada para dividir.
La nota de Spadaro de la que se habló más arriba tiene otra clave. Se trata de la foto de Francisco con el ex presidente Barack Obama, exponente de las políticas conocidas como soft power. Es que el Papa pretendería ejercer como líder espiritual pero, también, como líder político con una visión que desmonte las corazas partidarias.
En efecto, la irrupción del populismo en el Reino Unido y los Estados Unidos, más la crisis humanitaria que está viviendo Venezuela, están llevando al Papa a tomar distancia teórica y existencial con los procesos populistas.
Trascendió que está revalorizando el rol de las instituciones democráticas para consolidar las democracias y que se espera, incluso, algunas definiciones puntuales en ese sentido de parte de un funcionario muy cercano a él, que desacredite la suposición de que Francisco ejerce un papado poco afecto a los valores republicanos.
Creer o reventar, parece que a Francisco ya no le gusta que lo tilden de “populista”.